Los caminos del habla

Filosofía en la encrucijada

Hay muchos aspectos en que hoy día la filosofía se debate entre dos extremos; tironeada de uno y de otro lado, apenas, respira. De entre todos los debates destaco uno que considero, quizá caprichosamente, el resumen de todos ellos. Es aquel que disputa acerca de su naturaleza, el que revolotea entre las preguntas del qué es y qué lugar ocupa en tanto es lo que es entre las ciencias y las artes.

Y hay dos grandes respuestas a estas grandes preguntas: la filosofía quiere ser ciencia, la filosofía quiere ser poesía. Lo mismo valdría cambiar el quiere por el debe, pero es de la índole de la pregunta el no poder ser respondida con el es. En realidad la pregunta por la esencia de la filosofía no puede dejar de ser un llamado de atención por sus posibles o actuales deformaciones, abusos o pretensiones indebidas.

El tema de la naturaleza de la tarea filosófica se torna así o bien en una advertencia motivada por una presunta desviación de sus cauces o bien un programa: la filosofía debe ser tal cosa o tal otra si no quiere ser desautorizada y perimir. Tiene razón Adorno cuando dice que la cuestión de la actualidad de la filosofía no es sino la cuestión de su liquidación;1 diría yo que toda pregunta por su naturaleza se conecta por detrás con el tema de su derecho a existir. Hace tiempo que la filosofía se debate en el precipicio de su discutida utilidad o vigencia. Pero la misma pregunta por la utilidad es ya una toma de posición y una mirada interesada sobre sus derechos.

Hoy día se halla vigente, siempre renovado, el antiguo debate. Por un lado, la convicción de que la filosofía debe seguir el modelo de la ciencia; por el otro, quienes consideran que la tarea del filósofo se acerca más que ninguna otra a la del poeta.

En el primer caso, son los positivistas lógicos reunidos en torno al Círculo de Viena y grupos adherentes, pero no sólo ellos sino toda una corriente cientificista que en nuestro siglo arranca de Husserl. De entre los primeros, Carnap, representante típico, dirige sus dardos a la tradición filosófica a la que considera en su conjunto como pura metafísica y a ésta, a su vez, como un conjunto de falsos problemas.

Si bien la tradición filosófica ha creído hallar en la metafísica el sentido último y más profundo de la realidad —dice—, no es sin embargo más que un conjunto de frases sin sentido. Las proposiciones de la metafísica carecen de contenido teorético, aparentan afirmar algo porque provocan pensamientos y evocan imágenes en quienes las escuchan, pero en realidad no afirman nada pues no corresponden a ninguna situación de hecho, no refieren a ninguna percepción que de alguna manera nos conduzca o acerque a los hechos mismos. Al igual que la poesía, las proposiciones metafísicas no representan nada, sólo son expresión de deseos, de estados de ánimo o de rasgos de la personalidad de quienes las enuncian y están por lo tanto fuera del campo del conocimiento. Como en poesía, el uso y abuso de la metáfora lleva a ambigüedades y equívocos que la alejan del conocimiento.2

Aquí parecen estar las cosas algo confundidas pues comenzamos mencionando al Círculo de Viena como aquellos que pretenden hacer de la filosofía ciencia, y finalmente nos vemos frente a una postura que identifica sin más la filosofía a la poesía. El tema se aclara cuando acertamos a distinguir entre el ser y el deber ser. Para el Círculo esta identidad no es más que una común enfermedad del lenguaje, un vicio, una patología, algo que no va. A fin de evitar estas calamidades, Carnap propondrá la traducción del lenguaje material en lenguaje formal, y para salvar a la filosofía de su total aniquilación o de su descalificación en tanto ideología, le ofrece arrinconarse en la humilde pero digna tarea del análisis de la estructura formal del lenguaje, de su sintaxis lógica. Para volver las cosas a su cauce es necesario que la filosofía se retraiga en sus pretensiones de hablar de todo. Cada vez más reducida en virtud de sus retrocesos frente a las ciencias particulares, ya no le queda nada de que hablar sino profesar de control y vigilancia del lenguaje de los otros. El ser poesía enferma cede frente al deber ser sana ciencia o arte de la vigilancia.

La otra postura no tiene representantes claros y distintos. Es posible entre ellos citar a Heidegger y de alguna manera también a los representantes de la corriente hermenéutica, pero no sólo a ellos. Sin embargo Heidegger no dice en ningún lugar que la filosofía sea o deba ser poesía. Cuando habla de la filosofía se trata de la metafísica occidental respecto de la cual él mismo opera el retroceso como un desenvolver. Es la metafísica que se ha olvidado del ser y de la diferencia entre ser y ente. Esa filosofía no es poesía. La filosofía se vincula a la poesía en el pensamiento de Heidegger transitando sendas indirectas.

Cuando Heidegger indaga en la esencia de la poesía y bebe para ello en la poesía de Hölderlin, la define como la puesta en obra de la verdad y esto no es más que un corolario de su vínculo con el lenguaje. El lenguaje no es algo que se le da al hombre como medio o instrumento, algo que se le agrega; el hombre mismo es lenguaje, y por tanto poeta, poéticamente habita el mundo. Aquí aparece ya un elemento común: filosofía y poesía, ambas tienen algo que hacer con la verdad.

Los positivistas lógicos también están interesados en la verdad, pero habiendo desahuciado a la filosofía en sus posibilidades o pretensiones de alcanzarla, la sentaron a la puerta de la ley como guardiana del lenguaje. La filosofía no instaura la verdad, encerrada en sí misma, cuida la coherencia interna y el cumplimiento de las reglas convenidas.

Creo que la cuestión de la esencia de lo que sea la filosofía está intrincadamente asociada a la pregunta por la esencia del lenguaje, la cosa y la verdad.

 Posturas que podríamos llamar genéricamente cienti-ficistas se fundan sobre una noción de cosa como algo que está ahí, en última instancia sustancia sobre la cual es posible construir proposiciones verdaderas o falsas mediante un instrumento de valor inapreciable, el lenguaje, al cual es preciso cuidar celosamente de cualesquiera imprecisiones. Sin duda hay una postura tomada acerca de qué sea el lenguaje, la cosa, la verdad. Posturas que quieren acercar la filosofía a la poesía difieren radicalmente en esos tres puntos.

“El habla —dice Heidegger— no es sólo una de las facultades del hombre de idéntico rango que las demás, el habla es la esencia del hombre.”3 Y en otro lugar: “La palabra no es tan sólo un instrumento que entre muchos otros y cual uno de ellos, posea el Hombre; la palabra proporciona al hombre la primera y capital garantía de poder mantenerse firme ante el público de los entes”.4

Recorramos primero todas aquellas cosas que el lenguaje no es. El lenguaje no es una caja de herramientas, no es tampoco un medio de comunicación o expresión hablada o escrita, algo para entenderse o llegar a acuerdos en ciertos temas.

El lenguaje es energía, una actividad del espíritu que es un mostrar, un dejar aparecer que es un dejar ver y un dejar oír y también un escuchar. Pero el lenguaje es por sobre todo ya mismo un mundo y una visión del mundo, quizá la primera y más global interpretación del mundo.

En resumen, el lenguaje en tanto energía es fundamentalmente creación, no es instrumento ni producto alguno sino creación de mundo. Hay —dice Heidegger— una unidad de esencia entre poesía y lenguaje, por lo que al hablar de poesía se habla de lenguaje. Y Nietzsche define el lenguaje como un ejército móvil de metáforas, por lo que la metáfora, sustancia de la cual está hecha la poesía, sería también la esencia misma del lenguaje. ¿Y cuál es aquí el lugar de la filosofía? Podemos decir con Gadamer que la filosofía es invención lingüística.5 Y es ésta una postura que se halla en las antípodas de la sostenida por los filósofos del Círculo de Viena.

La filosofía no podría ser entonces análisis o clarificación del lenguaje, porque ella misma es creación y ampliación de éste. No se trata, para la filosofía, de usar un vocabulario heredado para designar una realidad ahistórica que está allí desde siempre. La filosofía es por sobre todo invención de lenguaje y de mundo que se da cada vez en un tiempo histórico como suceso que interpreta y debe ser a su vez interpretado.

Se ve pues cómo este especial punto de vista acerca de la filosofía lleva ínsita también una determinada manera de concebir su objeto, esto es, una manera de responder a la pregunta por la cosa y una vez más comprobamos que estas nociones son en esta corriente tributarias de una óptica que vincula estrechamente la filosofía al arte y a la poesía.

Dice Heidegger que la poesía es puesta en obra de la verdad, pero ¿qué debemos entender por ello? Que la poesía en tanto poiesis, actividad creadora, expone un mundo y hace que ese mundo se dé. La palabra, pues, tiene ese don de poder dar ex-sistencia, ese estar afuera, y con ello verdad. Verdad que es temporal, confirmada en su calidad de evento. Entre los griegos antiguos el poeta es aquel que al nombrar memora, esto es desolvida, por eso la verdad es aleteia. Verdad entonces en cuanto aquello que se muestra y se deja oír en un contexto y circunstancia que le otorga su sentido, no verdad en tanto cumple con ciertas reglas de coherencia interna que separan y distribuyen valores de falso y verdadero según criterios formales.

La filosofía sigue los rumbos de la poesía por su carácter expositivo. Hay una puesta en obra que es interpretación y aquí interpretación debe ser entendida no como en aquel sentido referido a los textos sagrados, donde interpretación es selección de uno de los sentidos posibles, como si allí adentro se recogiera un repertorio único aunque numeroso. La interpretación filosófica no selecciona dentro de ningún repertorio sino que es armado de sentido por la incisión de un corte en el caos; en esto consiste la creación de mundo, cosmos. Es en este sentido que dice Adorno de la filosofía que es disposición de elementos, aquellos que recibe de las ciencias, en constelaciones tentativas hasta lograr esbozar una figura legible.6 Decimos entonces que la filosofía es construcción de figuras o imágenes, o bien es interpretación, no como un escoger entre lo mucho sino como versión, tal como se habla de ejecución de una obra musical donde se da un determinado fraseo, una cadencia, un determinado tratamiento de los elementos del texto. Como dice Gadamer el texto es el pretexto,7 el motivo de la ex-posición, como el material del cual está hecha la escultura, aquello que se moldea de una forma única, histórica, casi personal.

Por eso, el cómo se entiende el quehacer de la filosofía, se vincula también con la noción de cosa. Para la ciencia, cosa es o bien algo que aparece, ese fenómeno al cual el pensamiento debe acomodarse, o bien algo que se devela, lo que tras la investigación se destapa. Para la filosofía, en cambio, la cosa es lo que la mueve a pensar, el motivo, el texto que se interpreta en tanto se arma un sentido. De ahí la necesidad de figuras e imágenes; como la poesía, la filosofía necesita inventar imágenes, figuras, conceptos, metáforas que coadyuven a esbozar un mundo.

Pero la filosofía que quiere acercarse a la poesía no quiere identificarse con ella. Difiere la figura filosófica de la figura estética en que ésta es dibujo de un ser singular con sus rasgos personalísimos, creación de un personaje. La figura filosófica, en cambio, destaca por sus rasgos poco delineados, especie de universal, casi figura mítica, ocupa un lugar intermedio entre aquello pasible de una visión racional y aquello que llama a los afectos. Pienso en las figuras hegelianas, una Antígona, un Cristo, esas que Hegel mismo va definiendo del descarte de lo que no es. Ni puras abstracciones, ni personajes modernos como totalidades compuestas de elementos constitutivos variados que se van exteriorizando uno después de otro. Se trata más bien de figuras fijas y firmes que se dan todas de una vez, poderes sustanciales, individualidades animadas de una fuerza única.8 Hay en la figura filosófica ambos componentes: el abstracto de los universales, conceptos que se dirigen al intelecto, y el concreto del mito. Ni demostrativa ni argumentativa, es más bien creación de mundo, organización de mundo que es crear o interpretar y que nos dice de una manera de verlo, pues no hay mundo si no se dice de una manera de verlo. Ver un puñado de acontecimientos en tanto crisis, decadencia o revolución y hablar esas palabras es crear mundo y los conceptos que lo describen. Por eso la cosa no es eso que se va a buscar y se devela sino el sentido que se crea y se nombra, la especial manera de ordenar el acontecer para que se haga presente al público de los entes.

Notas

1 Adorno, T. W.: Actualidad de la filosofía, Barcelona, Altaya, 1994.

2 Carnap, R.: “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje”, Centro de Estudios Filosóficos, Cuaderno 10, Universidad Nacional Autónoma de México, 1955.

3 Heidegger, M.: “El camino al habla”, en De camino al habla, Barcelona, Odos, 1990.

4 Heidegger, M.: Hölderlin y la esencia de la poesía, Barcelona, Anthropos, 1989.

5 Gadamer, H. G.: “La historia del concepto como filosofía”, en Verdad y método, II, Salamanca, Sígueme, 1992.

6 Adorno, T. W.: op. cit.

7 Gadamer, H. G.: “Texto e interpretación”, en op. cit.

8 Hegel, G. W. F.: Esthétique, París, Aubier, 1944.

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