Los caminos del habla

Las redes del sueño

Estaba que me adormilaba con el traqueteo, en un estado de abandono sin resistencia; más bien me complacía la marea del sueño que me abrigaba como un paño tibio. Son las cosas que en el tren se hacen posibles tras la monotonía del paisaje y el desgano de las horas, cuando los músculos se aletargan y la escucha se hace más alerta, momento propicio para cazar motivos, ese acechar la realidad para alimentar a la ficción, eterno sueño del artista. Cuando subí al tren había pensado que me quedaba sin asiento, por suerte conseguí ese último lugar del lado del pasillo; enfrente tenía a esa pareja madura superando los 64. -¿Habrán bailado al ritmo de I’m sixty four? ¡Cuánto camino recorrido! desde aquella legendaria juventud cuando uno aún no se preguntaba, cuando los 64, eran algo ajeno y lejano- A mi lado un muchacho silencioso. Me quedé dormida entre las páginas de Casa tomada y tras el vapor del sueño escuché los bordes de una conversación. Hubo una simbiosis, un algo enredado, entre el texto del cuento y la charla a media voz de mis compañeros de asiento. Esta comenzó como un zumbido de mosquito que arruina el silencio y amenaza con atacar algún plácido sueño. Pero no me atacó; le ganó el movimiento brusco, repentino, que atinó a atajar el libro que se me deslizaba de las manos. Entonces la charla creciendo desde el zumbido se hizo un lugar entramada /entretejida a la historia de la casa tomada y a la historia de mi sueño. -¿Y ahora qué? El país atendido por sus dueños bien apoltronados a los dos lados del mostrador. –dijo y se respondió ella misma, la señora. - Ni así se van a conformar, ya va a ver usted, todo lo de ellos es sentarse y rapiñar – agregó él. Esas fueron las últimas palabras de la charla que sonaron como un murmullo que me adormecía hasta que entré al territorio del sueño donde lo real se trasmuta y confunde. Yo vi a los dos hermanos volver a casa con paquetes en las manos. Ella portaba una bolsa donde asomaban ovillos de lana y unos hilos colgaban ahora ensortijados y reanimados de la vieja tristeza, él llevaba bajo el brazo tres libros de literatura francesa. Estaban tal cual el día que se fueron, el tiempo no los había tocado. Desde el zaguán forzaron la puerta cancel y comenzaron a ocupar. Los primeros días todavía tímidos se quedaron en el recibidor y un cuarto cercano que adaptaron para dormitorio. Nosotros nos fuimos arrinconando por el pasillo hasta atravesar la puerta de duro roble y ahí no más comenzó ese no tan lento proceso por el que ya nos íbamos despegando del centro de la escena. Por fortuna en un descuido logramos rescatar la vieja radio transformada en reservorio de amigos virtuales la que al comienzo nos brindó servicios de conexión y ventana al mundo. Poco a poco las voces amigas comenzaron a ralear y apagarse como las velas de un funeral. De a ratos, ellos los protagonistas, los retornados, escuchaban pisadas de retirada y se animaban a avanzar; poco a poco recuperaron habitaciones y pasillo; nosotros finalmente nos escurrimos por la puerta de servicio y todo volvió a comenzar.. Por ahí escuché que la llaman “alternancia”. 1 de diciembre de 2015

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