Los caminos del habla

Zaratustra, la experiencia del guerrero.

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Nosotros los lectores

Que queremos  nosotros también ser filósofos artistas

En su Ecce Homo hablando de sus libros dice Nietzsche: “No tenemos oídos para  las cosas  (entre ellas los libros) para las cuales no nos han dado acceso los acontecimientos de la vida” “Imaginemos  -agrega- un libro que trajera una nueva lengua para nuevas experiencias. En este caso no se entiende nada,  y nos hacemos la ilusión acústica de que allí donde no se oye no hay nada”.

¿Se trata de una advertencia? Sabemos que Nietzsche está lleno de advertencias y explicaciones de sí mismo y de su obra: están los reiterados prólogos para libros escritos y no escritos, su Ecce homo, sus comentarios, sus cartas, donde abundan claves, llaves de acceso para todo tipo de puertas. Nietzsche es un pensador hondamente preocupado, con fe o sin ella, por la comunicabilidad que el mismo definiera como el atributo más destacado del genio. Es el drama escenificado en su Zaratustra, el anhelo y luego también la incertidumbre acerca de la posibilidad de hallar oídos preparados, de que la hora haya llegado para sus palabras; esperanza y decepción son las fases que se suceden en las escenas del drama.   

Nietzsche dice que él se cuenta a sí mismo, tarea que comienza desde muchacho, tarea que llega a su climax en el Zaratustra pero es sin duda la impronta de toda su obra, nada hay en ella que no esté explícita o subterráneamente vinculado a aspectos de su vida, un estado de ánimo, una salud, una desesperanza, una fe, una amistad o enemistad. Porque lo que nos cuenta o se cuenta es el camino por el que deviene sí mismo, por el que se hace el que es, camino lleno de sendas tortuosas, desvíos, avances, retrocesos, o bien retornos, pues la patria se halla siempre al regreso, camino donde cada momento tiene algo que decir, sean derrotas o victorias, aciertos o equivocaciones. Porque lo propio del pensador es el combate, sobretodo cuando va dirigido contra sí mismo. Allí  está la vida como materia de experimento, puesta en la mesa de disección, sacrificada al pensamiento. Pues qué ha de importar la felicidad –dirá Nietzsche – cuando lo que está en juego es la propia obra

Este es el sentido de las máscaras, los disfraces, los cambios de piel, ese terco y paciente colgarse y descolgarse los pro y los contra, jugar la más de las veces de abogado del diablo, hacerse otro y permanecer en el desafío, no disolver la  diferencia sino gozarla. Todos son sutiles ardides de la vida misma que hay que saber leer para no ahogarse con el desorden del oleaje, para no caer en las redes que toda su obra, por expresa confesión, quiere tender a las almas incautas.

Cada máscara es portadora de un estilo; hay en ellas algo de fatalismo en tanto derivación de un estado de ánimo, de un descubrimiento, de una curación pero hay en ellas también una voluntad que se recubre de estilo. No podía ser de otra manera para alguien que entiende el estilo como la unidad corpórea de forma y contenido, la idea hecha estilo es entonada en las altas y arrebatadas voces del delirio y abismo  dionisíaco o en el ritmo quedo y sereno de las planicies genealógicas. Ningún pensamiento puede levantar vuelo sin el envoltorio necesario de una forma artística. Pues se trata de prosa para los oídos, escritura destinada a ser leída en voz alta; Nietzsche añora y quiere recuperar el gran arte de los antiguos, la respiración del gran período con todos los “cambios de tono y ritmo con que se complacía su mundo público” y esto no es algo que se le agregue como cuerpo extraño a su prosa sino el elemento mismo en que respira su pensamiento, un instinto del ritmo con que el pensador se modela  sobretodo a sí mismo. Crearse un estilo no es agregar una forma a un contenido sino trabajar en la tarea de creación del sí.   

 Sabemos que Nietzsche anhelaba ser leído como música, que habría preferido decir las cosas cantando, valga pues el esfuerzo de aventurarnos por esa senda. No se trata, sin embargo, de disolverlo en un esteticismo de las formas,  de arrinconarlo en el rubro de poeta y clavar el interrogante sobre su status de filósofo; se trata a la inversa de devolver la dignidad a la filosofía colocando en primer plano su peculiar encarnación en la figura del filósofo artista creada por el propio autor. Filósofo-artista es el que habiendo atesorado todos los dones que el arte nos brinda, canta sus himnos de gratitud y retoma luego su senda que es la del arte aplicado a sí mismo. Leerlo como música es leerlo en esta constelación de sentido que entiende a la existencia y al pensamiento como fenómeno estético, que entiende que un cambio de opinión corresponde siempre a un cambio de gusto o de estado de ánimo - acaso sea este el sentido más destacado  de su perspectivismo-, y se comprende entonces que Nietzsche  agregue a veces “un cambio de gusto en música”.

Leerlo como música, supone también poner las grandes palabras, tendrá que ser como sinfonía, un torrente ancho y lleno, apenas acotado por los instantes de inspiración para los grandes movimientos. Leerlo como música supone no armarse de lupa y bolsa para ir en pos del concepto y derramar luego lo embolsado en la cuadrícula del sistema. No hay sistema Nietzsche, transformarlo en sistema es disolver las contradicciones, transformarlo en algo refutable, y matar la personalidad, la vida sobre la que anida el pensamiento. Es el propio autor quien nos da la clave para su interpretación cuando en carta a Lou dice “yo mismo he enseñado en ese sentido la filosofía antigua cuando decía a mis oyentes este sistema ha sido refutado y está muerto, pero la personalidad que se halla tras él es irrefutable; resulta imposible matarla, por ejemplo Platón”. 

Recordemos que Zaratustra-poeta no se cuida de sus contradicciones ni quiere dar cuenta del origen de sus opiniones. La oposición y superposición de sentidos nunca son una objeción, antes bien son expresión del rasgo más notable de su pensamiento: el perspectivismo, su dote de fino psicólogo para apreciar el carácter multifacético de todas las cosas. Nada es sino en una constelación de sentido afectada por un estado de ánimo, una edad de la vida, un ángulo de enfoque; la mirada se tiñe del color de  todos estos cristales que la afectan. No hay un qué del egoísmo sin más, sino un egoísmo enfermo y un egoísmo sano dependiendo de la configuración de circunstancias en que emerge. No hay lo bueno y lo malo vinculados en una relación estable sino un permanente devenir lo uno de lo otro sin solución de continuidad; no hay nihilismo en sí sino su despliegue en sucesivos tipos o versiones según los estadios. Imposible definir voluntad de poder o superhombre, fuerza activa y reactiva,  pues no se trata de conceptos sino de constelaciones de sentido que se van determinando paso a paso en una serie de acercamientos y alejamientos a aquello que no es. Inclinarse por el concepto para desembocar en el sistema es entrar en la categoría de los “doctos” de esos obreros que trabajan en torno a un tornillo, meros “instrumentos de medida y de reflejo” que siendo estériles ellos mismos, terminan por esterilizar y matar todo lo que tocan. La voluntad de sistema con que algunos quieren honrar su pensamiento rescatándolo de las fauces de quienes lo quieren poeta es la expresión más acabada de esta esterilización petrificante, una forma de muerte por inmovilidad.

            La clave para su interpretación  es seguir al pie las voces del pensado aquello que recomienda para devenir filósofo-artista: sean nuestras  virtudes mirada lejana, no a los ojos miopes, mirada de águila, allá, desde las altas cumbres, y muy buena conciencia de la máscara. La distancia tiene la doble ventaja de embellecer el paisaje y mostrarlo en la movilidad y amplitud de todas sus relaciones como algo vivo y entero que no se puede matar pero que tampoco se lo puede reducir a pura claridad. Habrá siempre restos de claro-oscuro, algo de inconcluso y acaso por ello más eficaz porque mantiene la mente alerta y nos incomoda el descansar.

El pensamiento se organiza en forma de constelación donde más que lo permanente destaca la movilidad, el incesante encenderse y luego desvanecerse de luces, nunca hay algo definitivo. Ocurre que lo que creemos entender al rato se vuelve oscuro y requiere nuevamente de nuestra fina sintonía. Aguzar pues el oído, pero no ofuscarse, porque no todo puede reducirse a certeza.

Sea como su autor anhelaba; ¿será posible que los libros de Nietzsche enseñen a muchos a bailar o es que debe haber una predisposición al baile, un ya saber bailar: no frenarse, no pisarse, no quedarse pegado a un concepto. Nietzsche quiere a sus lectores ágiles y astutos. Y si de repente descubrimos que el movimiento no existe, no creerlo, huir de ese malévolo pensamiento como del propio diablo. Santifiquémos el movimiento al menos como apariencia, como el bello baile de las apariencias: sea nuestra lectura la danza de su celebración.

Segunda sugerencia para el lector: que las ideas vengan a nosotros, son inocentes como los niños. Acaso se trate del mismo tópico en el despliegue ahora de otros recovecos. No se trata de buscar y rebuscar con exhaustividad creciente sino de abandonarse a lo que se oiga, al sentido que nos asalte. Nietzsche, a quien el pensamiento le brota por torrentes e irrumpe en forma de relámpagos, podría revelársenos también como una fuerza repentina e irrevocable. Por tanto, más que en la letra misma y la forma de su argumentación, interesarnos en como nos toca, en lo que nos produce; la apreciación inmediata, el pensamiento en su primer fervor, con toda la fuerza con que nos afecta y nos transforma, en ese entrar en diálogo en que consiste pelearse y hacerse a amigo. He aquí en qué consiste el ponerse a la escucha. Pero es también una marca del ojo, mirada impresionista que mira con los ojos entornados, es lo mismo que la mirada lejana de que gustan los artistas: apaga los defectos del detalle y permite apreciar las totalidades sobre la que imprimimos nuestros propios subrayados.  

¿Cómo entonces leerlo nosotros que queremos ser también filósofos artistas? No como un corpus de conceptos sino como una vida ofrecida en experimento que acompañamos en su movimiento. Nos convertimos en amigo, en ese camarada vivo que Zaratustra  anhela encontrar, en aquel que acaso pueda seguirlo porque quiere seguirse a sí mismo. Y todavía más, nos mimetizamos con el autor y entonces no tratamos de comprender abstractamente lo concreto, sino a la inversa, tratamos de aclararnos lo abstracto  a través de lo concreto y así  nos dejamos fecundar por la metáfora que fluidifica todo lo que toca.  La asociación de la voluntad con la ola, la metáfora más sugerente para evocar la vida como ese incesante, infatigable donar y retraer, otra vez y una vez más; su verdad-mujer, constelación pletórica de sentido,  que nos despliega todos los secretos de la verdad, lejana, insinuante, por siempre velo y máscara. La colorida adjetivación de los varios nihilismos, trunco, cansado, los filólogos parangonados a obreros industriales, el genio como una erupción volcánica, son todas palabras mínimas para una plétora de significación; en su riqueza y brevedad son capaces de comunicar lo que no, páginas y páginas de fárrago conceptual.

Tratamos de seguir al pie –como decíamos- las voces del que canta; por eso preferimos adivinar allí donde nos cansamos del deducir, y podemos, sí  mantenernos en las luces vacilantes. Pues aquí lo que se expone no es sistema sino vida, una sobreabundancia de voluntades y contradicciones absolutas que no se pueden mediatizar, que no se pueden argumentar hasta la disolución. Por eso la mirada lejana y alta semejante a la del águila. No queremos recorrerlo en sus parcialidades sino leerlo como un relámpago que una vez que expandió su luz por todo el horizonte se recoge, se retrae, guardando consigo el zumo de lo abarcado. Mirada global que se queda con las ideas fuertes. Hay en Nietzsche una constelación de ideas pero algunas estrellas brillan con más fuerza y su brillo traza la configuración del conjunto. Atravesarlo. Se trata de algo corporal, mi instinto me habla y señala una dirección. Transformar los conceptos en cosas, acaso en personajes de los tantos que desfilan por sus páginas como  fuerzas que se desarrollan, mutan, se disuelven o sufren transfiguraciones.

Pero no confundirse con lo del perspectivismo y la interpretación porque no se trata de un juego del todo vale, no todo vale indistintamente; hay líneas fuertes que señalan un sentido a seguir en la doble acepción de dirección y significación. El propio subrayado no responde al puro arbitrio del hermeneuta sino a las voces más altas que se imponen en el canto. Por eso más que calibrar los conceptos para ir trazando el sistema- Nietzsche preferimos acompañar sus aguas por los meandros de su recorrido que en sus comienzos se alimenta de numerosos afluentes pero avanza con tono sostenido hacia modulaciones y diseño cada vez más personal. Porque decíamos no se trata de sistema sino de vida, experiencia existencial que se colorea según los cristales con que el explorador, eterno viajero, mira; juegan los temples de ánimo, los estados de salud, las edades de la vida. Y es más nos mimetizamos con el autor y entonces comenzamos con una mirada más detenida en las lecturas que obran de afluentes de sus aguas y en los aires y tonalidades de la época para luego ir desbrozando la pura gema de su pensamiento- experimento-vida donde el autor ha devenido el que es y el lector ensaya su parte.

 

3 comentarios hasta ahora ↓

  1. buy sustanon
    buy sustanon
    Apr 19, 2013

    Me gusta mucho leer en este sitio de Internet, que cuenta con artículos excelentes . " Las palabras son , por supuesto , la droga más poderosos utilizados por la humanidad. " por Rudyard Kipling. ;) ;)

  2. Claudio
    Claudio
    Oct 5, 2020

    Me encantó descubrir este libro.
    Desde que conocí a Fritz N., enloquecí de vida.
    "Dejé el arte" por la politica (estudio abogacia, ya me recibo).
    Pero volví hace un par de años (y no me quiero volver a ir).
    Este año iba a ingresar a UNA (Artes Visuales), pero la cuarentena me lo impidio, ja!
    ¿Hay alguna manera de poder participar en su equipo?

  3. javier santos
    javier santos
    Aug 2, 2023

    La genealogía de la moral


    Me atajo antes que explote esto en alguien que no es culpable, que no me debe nada y que por lo mismo no tiene caso poner su nombre real ni escrachar su persona. Un trastorno bipolar está vinculado con muchas variantes, procesos de formación de la psiquis de la complejidad del sujeto en varias de sus áreas, es decir durante el desarrollo bio-psico-socio-emocional del mismo que lo sufre. Por lo que no habría que desechar ninguna posible causa, pero tampoco ensañarse con una en particular. El caso puede pasar desapercibido por un tiempo, pero, como todo, madura y se desencadena con poco o no tan poco. Lo cierto es que hubo un punto de inflexión en mí, llamado filosofía, en particular filosofía del CBC, más precisamente la lectura de La genealogía de la moral, de Nietzsche, dado a leer por una docente sin ninguna responsabilidad ni culpa conmigo, pero capaz de hacerme quebrar. Las palabras silenciosas son las que traen la tempestad, dice Nietzsche. A los 19 años de edad, yo era prácticamente un adolescente, inmaduro aunque en verdad lúcido para comprender algo de lo que él me podía estar diciendo. Venía de una escuela parroquial, de las misas y los sacramentos. Era desde mi confirmación bautismal un integrante del grupo misionero. Quién sabe por qué elegí una carrera como Letras en una universidad laica como la UBA. Tal vez intuía que este trastorno tenía que salir pronto a la luz y que meterme ahí haría florecer eso que guardaba desde vaya a saber cuándo. Y ya que estoy contando voy a contar. Los nombres son falsos, las caras borrosas, las situaciones una verdad, como que hoy comí tarta de verdura. Recuerdo a la docente muy bien. Pongámosle un nombre: doña Rosa de los Laureles en Flor. De verdad, estaba siempre como florecida, no sé qué le pondría el café. Solía estar más dormida que despierta, sus clases eran raras, el material fragmentario, las mañanas frías y llenas de bostezos. Pero hubo el libro de Nietzsche que tocó mi estructura, destruyó mi la base donde hacía pie, y provocó en mí la primera gran crisis e internación psiquiátrica. Tal vez otra hubiese sido mi historia si no fuera por doña Rosa de los Laureles en Flor. Pero tengo que agradecerle que me haya hecho germinar la locura. Porque cuando uno se conoce bien ya no hay misterio ni Mister Hyde que se despierte sin uno. Yo le pido disculpas a ella por dormirme yo sobre el banco el día del primer parcial, lo que pasa que hacía noches que no podía hacerlo pensando mucho en Nietzsche.

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