Los caminos del habla

La historia de la metafísica en la interpretación de Heidegger

Aquí Heidegger parece hablar de civilización, de historia de Occidente. Nos hallamos frente a un cambio en el modo de abordaje y en la índole de las preguntas, un cambio, que al  identificar el proceso civilizatorio con la historia de la metafísica, vuelve a colocar a la filosofía en un lugar central respecto a la crítica de ese patrón civilizatorio. Desde esta perspectiva, el destino histórico de una cultura viene fijado por una precomprensión colectivamente vinculante de lo que acaece.

Dice Heidegger: “Cualquiera sea la forma en que se interprete al ente, sea como espíritu en el sentido del espiritualismo, sea como materia o fuerza en el sentido del materialismo, sea como devenir o vida, o como voluntad, sustancia o sujeto, sea como energeia o como eterno retorno de lo mismo, en todos los casos hay una precomprensión del acaecer”.

En La época de la imagen del mundo, refiriéndose a la metafísica, dice que esta opera una reflexión acerca de la esencia de lo existente y una decisión sobre la esencia de la verdad y que en esta operación se funda una manera de comprender el ser. La tarea entonces, consiste en  dar un paso atrás, rehacer la historia de la metafísica, desandar el camino, un  retorno al origen para ver como se ha dado esa relación con el ser.

Y en ese rehacer la historia, halla que la metafísica, pese a plantearse el problema del ser, sin embargo, lo olvida porque se olvida de la nada. No puede responder a la pregunta de por qué ser en lugar de nada. Puesto que la nada no existe no se habla de ella. Pero al eliminar el problema de la nada se termina identificando al ser con el ente, con aquello que históricamente, destinalmente  ha sido. Se olvida el problema del  ser del cual sin embargo se partió, pues se lo considera una cosa obvia.

Este olvido, sin embargo,  no es algo que se deba a nosotros ni a generaciones anteriores, no es algo accidental sino que pertenece a nuestra constitución existencial, es nuestro destino. Este olvido es la esencia misma de la metafísica, pero su descubrimiento, sólo es posible en el punto final, en el momento de su consumación, momento nihilista en que el ser no sólo es olvidado sino que él mismo se oculta. Occidente es tierra de la metafísica en tanto tierra del ocaso del ser, y sólo, cuando se sabe de este ocaso destinal  se puede ir más allá de la metafísica

Hagamos ahora el recorrido del propio Heidegger, ese movimiento de retroceso que permite rememorar la historia de la metafísica.

En el comienzo de su historia entre los griegos, el ser es la  fisis en el sentido de lo que se muestra, lo que desocultándose, se manifiesta y crece  tal como se da en el brotar de las plantas o el nacimiento de los animales y del hombre. Pero no sólo eso, la fisis es la fuerza imperante que brota y permanece sostenida por sí misma, y es también la totalidad de los entes. Para los griegos era el cielo y la tierra, las piedras, las plantas, los animales, el hombre, la historia humana como lo hecho por hombres y dioses, y también los dioses y el destino; nada quedaba afuera.

El hombre griego está en el mundo como en un escenario donde se presenta entre sus iguales y entre las cosas para actuar y ver, lo mismo que para ser visto e interpelado, y la vida es el drama que se desarrolla en esa escena del mundo. El lugar del hombre es pues el lugar de lo visible, de lo  que se muestra y se hace presente; si de lo contrario se queda en la caverna de lo privado, es un “idiota”. Para los griegos la aparición no es ninguna manera deficiente de ser, por el contrario “ser” es “aparecer”, y el hombre expresa el fundamental rasgo cósmico de que todo lleva un impulso hacia la aparición. Es por esto, que el griego inventa el teatro, escenario reduplicado del mundo. Se trata de una posición contraria al modo en que el sujeto moderno pretende dominar la naturaleza y tenerla a su disposición. Y del carácter de esa posición, de ese modo de estar, se sigue que el hombre para  cumplir su esencia, deba, captar, reunir, y conservar lo que se abre, y seguir, no obstante, expuesto al riesgo de la escisión. Porque siempre habrá un fondo oscuro; todo lo que se desoculta lo hace siempre en un horizonte de ocultamiento, he ahí en que consiste el sentido trágico de la existencia entre los griegos..

Más tarde Platón olvidará el fondo oscuro, para él la verdad es la idea, lo visible al intelecto, y como tal lo común e universal.  Ahora sí el aparecer es una forma deficiente de ser, los sentidos engañan.  Este modo de ver la verdad nos lleva más allá de los entes singulares y nos hace entrar en el terreno de la metafísica, , cuyo comienzo coincide con la determinación platónica del ser como idea. En lo sucesivo, la esencia de la filosofía occidental, su historia desde Platón hasta Nietzsche será fundamentalmente historia de la metafísica, una mirada que apunta a lo que está más allá de la fisis. Y puesto que interpreta al ser como idea, toda filosofía será idealismo, en el  sentido unívoco, según el cual el ser se busca en la idea y en el ideal. Metafísica, platonismo, idealismo, aparecen así como sinónimos

Heidegger continua su recorrido pasando por Aristóteles de quien dice que piensa de modo más griego que Platón puesto que al referirse a la energeia, que no hay que entenderla como “energía” sino un hacerse presente, un estar ahí en lo desoculto en tanto movilidad que ha llegado a su acabamiento, vuelve a la idea de presencia que Platón había descuidado.

Luego  atraviesa por la visión cristiana para la cual lo existente es el ser creado por Dios. Ser significa en este caso pertenecer a una fase del orden de lo creado. Por eso es diferente eso que hace la ciencia que es observar, experimentar, explicar, y el comentar-interpretar, que es lo que hace el cristianismo con las Escrituras y la doctrina de la Iglesia. En ellas conocer no es investigar sino entender debidamente la palabra revelada.

Y el recorrido desemboca en su interpretación de la modernidad. Recordemos que en la manera de entender el ser va implícita una manera de entender la verdad.    

Lo moderno: la transformación de la verdad en certeza

Heidegger comienza señalando la diferencia entre ese percibir griego de lo que aparece lo que se presenta ante los ojos, la fisis y el representar moderno. El representar moderno importa un  llevar ante sí lo otro como un opuesto, referírselo en una relación de dominio  por la cual el  mundo pasa a ser representación. Lo nuevo es que el hombre adopte esta posición que supone dominio, como propiamente decidida por él.

El hecho de que el mundo llegue a ser representación es el mismo proceso por el cual el hombre pasa a ser subjectum. Cuanto más el mundo está a disposición como conquistado, cuanto más objetivo parece el objeto, tanto más subjetivo se eleva el sujeto, tanto más se transforma la  contemplación del mundo y la doctrina del hombre en antropología.

¿Pero cómo se llega a que lo subjetivo domine, cómo se da este paso paradójico por el cual aquello que no era más que el subjectum, el sustrato de las cualidades, domine sobre el resto?

Hasta Descartes lo existente es, en tanto es sub-jectum, algo que se halla ante uno y como tal yace como fundamento de sus propiedades. El cambio consiste en que con Descartes el hombre pretende un fundamento de verdad que descanse en sí mismo, en el sentido de certidumbre. ¿Cómo se impone esa pretensión? Ella proviene de aquella liberación del hombre de la verdad revelada y de la doctrina de la Iglesia, para atenerse a la legislación que el mismo se ha dado. Lo obligatorio será en adelante la razón humana y su ley que ordena e instituye el ser objetivo.

Esto comienza en la filosofía moderna con el Ego cogito que remite toda conciencia de las cosas y del ente a la autoconciencia del sujeto como fundamento de la certeza. Luego, la realidad, no es más que la objetividad en tanto representada por medio y para el sujeto. En tal sentido interpreta Heidegger que la doctrina de Nietzsche, que convierte todo lo que es en propiedad y producto del hombre, no hace más que llevar a cabo el despliegue extremo de la doctrina de Descartes.

Descartes, como después Kant, no duda, de que el ente sea real, pero queda la pregunta de qué entiende por real.  Lo real es lo representable en el representar calculante por el cual se asegura al hombre el proceder en medio del ente, esto es, la investigación, la conquista, el dominio y puesta a disposición de manera que él pueda ser amo del mundo. El método adquiere ahora un peso metafísico, método es ahora el nombre del proceder conquistador. Ahora a diferencia de lo que ocurría con Protágoras el hombre es la medida de todas las cosas, pero no como para el griego, en tanto conciencia de su límite, sino arrogándose la pérdida de límites del representar para conducirlo a la certeza que se sostiene sobre la autoconciencia del sujeto.

Para Descartes es real sólo aquello que es cierto, aquello de lo cual tenemos una idea clara y distinta, se trata de una certeza que remite al sujeto, y que este se asegura a través del método. Objeto y objetividad devienen de este modo correlativos al sujeto, constituidos por la certeza que este tiene de ellos; y la verdad se convierte en certeza como propiedad del intelecto. Esta identidad del ser de las cosas y la certeza del sujeto se comprende si se piensa como la ciencia y la técnica determinan el rostro del mundo en la edad moderna. El hombre piensa que el ser de las cosas depende de él, y en este pensamiento transforma el mundo en su producto. La reducción cartesiana del ser de las cosas a la certeza del sujeto tiene el carácter de una toma de posesión, de una reducción del ser a la voluntad del sujeto. Esto no existía en la antigüedad. Y así vemos en que grado la filosofía, entendida como metafísica, ya con Platón, es determinante de la constitución de las ciencias modernas y de la técnica.

 

En este contexto la técnica es el fenómeno que expresa el desplegarse y el cumplimiento de la metafísica, el punto al cual esta va a desembocar. Al hecho de darse el ser sólo como voluntad de dominio corresponde, como la otra cara de la figura, la técnica moderna que da al mundo esa forma que hoy se llama “la organización total”.

La técnica –dice Heidegger- es el último paso en la eliminación de la diferencia residual entre la cosa y el conocimiento que se tiene de ella;  se olvida la diferencia ontológica. Del ser ya no queda nada, sólo están los entes como testigos del hombre productor y organizador

 

El tema atraviesa casi toda su obra a excepción, si se quiere, de Ser y tiempo. Hasta aquí me he referido especialmente a  La época de la imagen del mundo y a Carta sobre el humanismo. La cuestión de la técnica es tratada en especial en un trabajo breve titulado La pregunta por la técnica. Allí, en su peculiar estilo aborda el asunto desde su raíz.

 

La definición instrumental de la técnica dice que es un medio para determinado fin, y esto vale, tanto para la técnica en su sentido griego que refiere a lo artesanal, como para la técnica moderna. Pero esta definición aunque correcta, no es sin embargo verdadera. Debemos preguntarnos ¿qué es lo instrumental mismo? Un medio es algo que produce efectos, o sea, una causa. Ocasionar es el traer-ahí-adelante, es traer al desocultamiento poniéndolo delante, lo que los griegos llamaron aletheia y nosotros verdad. Este estar ahí delante es el modo de aparecer de lo crecido en la naturaleza y de lo fabricado en la artesanía. Tanto tekné como episteme son nombres para el conocer, el ser entendido en algo. Conocer es sacar de lo oculto. Pero este no es el sentido de la tekné moderna. También la técnica moderna es un hacer salir de lo oculto pero no en el sentido de traer-ahí-adelante como para los griegos sino en el sentido de provocación, pues exige a la naturaleza suministrar energía que pueda ser extraída y almacenada. Antes el cultivo de labrador era un cobijar su prosperar, ahora cultivar tiene el sentido de encargar, que emplaza a la naturaleza, la provoca a promover otras cosas, impulsar hacia la máxima utilización con el mínimo gasto. Esto acontece así, la energía oculta en la naturaleza es sacada a luz, luego se la transforma, se la  almacena, se la distribuye y esto es conmutado. Heidegger coloca al completo proceso bajo la rúbrica de la “la furia del solicitar”.

A todo este proceso Heidegger lo llama estructura de emplazamiento o en alemán, Ge-stell. En sentido vulgar, Ge-stell significa estantería para libros, o esqueleto. En sentido heideggeriano es lo coligante. Estructura de emplazamiento o Ge-stell significa el modo de salir de lo oculto que prevalece en la esencia de la técnica moderna. Este modo consiste en exigir, demandar a la naturaleza  que dé, que proporcione fuerza tal como se da en las ciencias exactas de la época que persiguen a la naturaleza como una trama de fuerzas calculables;

Pero en ella el hombre no es libre.

El hombre llega a ser libre cuando se convierte en alguien que escucha pero no es un oyente sumiso y obediente. La libertad no está originariamente vinculada a la voluntad,  la libertad se emparenta con la verdad, el acontecimiento de hacer salir de lo oculto. Todo hacer salir de lo oculto viene de lo libre y lleva a lo libre. La técnica, en tanto un peculiar modo de hacer salir de lo oculto, es el destino de nuestra época. Frente a este destino Heidegger dice que no hay que encerrarse en un impulsar la técnica de un modo ciego, ni, lo que es lo mismo, en un revelarse inútilmente contra ella y condenarla como obra del diablo. Al contrario si nos abrimos de un modo propio a la esencia de la técnica nos encontraremos en una interpelación liberadora. En el fondo lo que dice Heidegger es que lo que hay que hacer es pensar, o lo que es lo mismo ,preguntarse por la esencia de la técnica

 

El peligro.

El estado de desocultamiento en el que se muestra todo lo que es, que es destino, alberga el peligro de que el hombre se equivoque con lo no oculto, que lo malinterprete. Cuando todo se presenta, por ejemplo bajo la conexión causa-efecto, incluso Dios puede perder lo misterioso de su lejanía, puede descender a la condición de causa eficiente, incluso para la teología, y convertirse en el dios de los filósofos. Este es el peligro. Este hombre que esta a punto de despeñarse,  se pavonea sin  embargo, como señor de la tierra. Cree estar consigo mismo, es decir con su esencia, pero no lo está; está en la estructura del emplazamiento que es una peculiar manera entre otras de precomprensión. Y en ella permanece sin escuchar otros modos posibles ocultos por esa Ge-stell. Lo peligroso no es la técnica, los efectos mortales de las máquinas, sino la esencia de la técnica como una forma destinal  de hacer salir lo oculto, que le niega al hombre un hacer salir lo oculto más originario.

Heidegger cita los versos de Hölderlin:

“Pero donde está el peligro crece también lo salvador

A lo cual respondemos preguntando: 

¿Cómo en la Ge-stell que es el peligro, en tanto amenaza con arrastrar al hombre al solicitar, a la furia del solicitar como presunto modo único de hacer salir lo oculto, y así empuja al hombre a abandonar su esencia libre, puede hallarse la salvación?

Y desde la óptica heideggeriana responderemos:  “en la medida de que atendamos a la esencia de la técnica y no a lo técnica”. Porque “salvar” debe entenderse en el sentido de ir a buscar algo y conducirlo a su esencia lo cual no puede producirse de una manera inmediata. Debemos preguntarnos por lo más originario. Mientras representemos la técnica como un instrumento seguiremos pendientes de la voluntad de adueñarnos de ella. En lugar de ello es preciso dirigir la mirada a su esencia como acaecimiento, o sea como un modo histórico, destinal del desocultar. Ni adhesión acrítica ni satanización sino un permanecer en el pensar de la esencia en tanto destino.

¿Pero es posible una  superación de la metafísica, es decir de este lugar en que hemos desembocado a partir de una particular manera de entender el ser?

Al realizar su esencia del olvido del ser, esto es, de la diferencia ontológica, de la diferencia entre el ser y lo ente, al quedarse con esa peculiar manera de relación con el ser en que consiste la historia de occidente,  la metafísica llega a su fin porque no hay ninguna meta, ningún más allá. Entonces ver la metafísica como historia, como acontecimiento  contingente,  es una manera de superarla. Heidegger habla de la  necesidad  de pensar la metafísica, de pensar por tanto también la técnica,  para salir de ella.  Por cuanto este mundo está bajo la dictadura de la publicidad, no aceptar la opinión corriente sino problematizarla para poder así salir del terreno de la metafísica.

Para Heidegger, sin embargo, esta reflexión histórica no tiene el sentido de aprehender en la historia del pensamiento el progresivo revelarse de una verdad. Al método hegeliano de la superación que conserva y supera opone el “paso atrás”, que no es un volver atrás en el sentido temporal, sino un tomar distancia, y colocarse en un punto de vista que vea a la metafísica como historia en relación con eso oscuro de que proviene y que olvida. La insistencia de Heidegger en el fondo oscuro que el pensamiento olvida puede entenderse como radical oposición a Hegel para quien el espíritu disuelve toda oscuridad en la claridad de la autoconciencia. Pero esta manera de entenderlo nos aleja también de la interpretación de su pensamiento como inversión de Hegel en el sentido de ver la historia de la metafísica como progresivo alejamiento u ocultamiento del ser. No se trata de progresión ni de regresión; se trata de entender Occidente, la metafísica, el proceso civilizatorio desde la óptica del acontecimiento, no en términos de necesidad sino de contingencia, como un acaecer singular englobado en una constelación de destino. 

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