Los caminos del habla

Comentario sobre "Rabia" de Sergio Bizzio

José María y Rosa se conocen en la cola del supermercado y viven una apasionado romance. Él es albañil en la construcción de la vuelta; ella, empleada doméstica en la gran mansión de la esquina.  Desde el mismo comienzo él tiene encontrones de chavón  enervado, con el portero, personaje oscuro; con Israel, el enlace turbio del oscuro portero, ofuscadamente racista hasta el delirio; luego con el capataz a quien mata, hecho que sucede por detrás de la escena. Nos enteramos más tarde. Desde las primeras páginas la novela estará impregnada de un clima de tensión, violencia por momentos solapada como desde tras las escena, por momentos manifiesta abrupta y breve. En una salida de los patrones de Rosa, María, que así comenzará a llamarlo Rosa como extraña abreviatura para un varón –más extraña aceptación del varón mismo-, comenzará a incursionar por la mansión en repetidas visitas hasta que un día, los dueños adelantan su regreso y María queda atrapado en la mansarda, nadie lo sabrá y durante años vivirá como fantasma entre huellas, indicios y sospechas.   

Aire kafkiano. Como Gregorio Samsa recluido escucha, ve, vive la vida de los otros, de la propia familia para Gregorio; de una familia adoptada, la de Rosa -porque al fin es su familia postiza- para María, la que poco a poco irá haciendo suya. Rosa terminará siendo  su mujer, Joselito, su hijo. Desde ese lugar invisibilizado, espiará y se mezclará a esa vida ajena reaccionando con celos, indignación, violencia, alegría.

Las clases sociales: burguesía decadente, en gran mansión, también decadente de la cual no se puede tener control de todas las partes; casa tomada por las ratas. Pareja desavenida que ya no tienen nada que hacer en convivencia; atravesada por amantes, affaires ocultos, mentira, hipocresía; un hijo alcohólico de quien nadie lamentará la muerte oscura. Las diferencias, las jerarquías, las relaciones de poder se hacen manifiestas en la calle, en la construcción, lugares donde una violencia contenida y punzante se expresa en gestos apenas perceptibles, palabras en sordinas, para por último estallar en crimen.

Qué diremos de María que acepta un nombre de mujer, mata sin escrúpulos a tres personas que casi no conoce en impulsos espasmódicos previos a cualquier reflexión. Obrero de la construcción un tanto atípico, no gusta del futbol, lee ávidamente los libros de una biblioteca ajena y burguesa. Ama y cela locamente para casi al final descubrir que amó sin razón una construcción de su fantasía. Si él casi no la conoce a Rosa. ¿Será cierto? Pero si siempre es así, uno se enamora de lo que no conoce y siempre inventa un ser que no es. Cuando se conoce ya no se ama,  adviene necesariamente el desenamoramiento.

Rosa sí es ella, tal cual una mucama típica que hace y piensa según los rasgos propios del rol. A ella no la saluda Bioy Casares en la playa con una sonrisa, y muy lejos está de pensar que por ser escritor merecería una beca del gobierno para poder cultivar su arte sin penurias. ¿Por qué a ellos,  y no a nosotros que nos deslomamos trabajando tantas horas? 

Hay esa distancia entre ambos que María no puede llenar sino con su fantasía potenciada por la energía que emana de su  situación de excepción. Encerrado en una casa, negado a la visibilidad, transformado en fantasma, en estratego de la supervivencia tiene su sensibilidad, ya exacerbada desde antes del encerrón, convertida en un manojo de antenas irritables, fibras nerviosas altamente receptoras del mínimo estímulo; éste puede desencadenar celos, enojo, rabia, violencia criminal.

Hay una sola geografía partida en dos.  Con excepción de dos o tres escenas al comienzo, todo el tiempo de la novela transcurre en la mansión de los patrones de Rosa, mansión que por extendida, incontrolable; imposible tener la cuenta de los tantos ambientes. Casa partida en dos: el espacio de lo visible donde transcurre la vida cotidiana de la burguesía decadente, los señores, la familia de los señores,  con sus comodidades y sus miserias, y la vida en la alegre espontaneidad de quien no tiene nada que perder, Rosa, zambullida en el fluir refrescante de las cosas. Y el espacio de lo que se oculta, el mundo de María donde todo debe mostrarse inalterado, sin rastros ni testigos; un espacio donde nada debe mostrarse o más bien debe mostrarse la nada. Horrenda posición la de María, de un ser condenado a demostrar  su no existencia, a borrar sus huellas.  Único testigo, la rata, que, finalmente, rescatada del veneno, terminará siendo aceptada como compañera muda, por momentos interlocutora, por lo de que el hombre es un animal social y, pues, necesita del otro para no volverse loco. María no puede otra que hablarle a la rata, personaje que va adquiriendo relevancia hasta transformarse finalmente en protagonista: muerde a María y María que ha vivido toda su vida con rabia muere  de rabia. Del otro lado la vida fluye con sus sinsabores y sus alegrías. Joselito el hijo crece por el momento feliz y Rosa lo acompaña en el mismo tono. El espacio cortado en dos opone a su vez dos vidas y dos modos de estar en el mundo el del devenir en el que ella, liviana, se deja llevar y el de la resistencia en que él con nervio aguzado se gasta y consume  hasta la muerte. Pero ambos mundos aunque vinculados están irremediablemente separados: sólo los une la fantasía de él que recién al momento de la muerte se devela como tal. Si él casi no la conoce a Rosa…

La novela, incalificable acaso de tan calificable tiene fuertes dosis de suspenso que mantiene la atención en vilo. En ella se mezclan con acierto todos los tipos: novela psicológica, metafísica, costumbrista, de carácter social sin que ninguno de estos predomine. Narración impecable en ningún momento decae el interés.  Buena pintura de los personajes la mayor parte de las veces a través de nimias pinceladas de efectos super sugerentes como cuando deseoso de escrutar en los sentimientos de Rosa ya al borde de los celos locos, María la ve saltar de alegría ante el próximo encuentro con el grandote.  Esa sola pincelada basta para develar una verdad trágica: Rosa no lo extraña, él ha entrado en el olvido, ella, saltarina, sigue su deriva.  

            Y la muerte de él que podríamos estar tentados de calificar gratuita es por el contrario la única salida posible del encerrón tanto material, del no poder María salir de donde está físicamente cautivo, por los tantos crímenes cometidos y eminente castigo, como metafísico bajo el supuesto de que de la nada ya no se puede regresar. De tanto ocultamiento de su “ser-estar-ahí, no sólo para los otros, los extraños sino también y principalmente para Rosa, su amada, no le queda más que morir, ella no podría encontrarlo vivo. El final debe ser trágico, otro final convertiría la novela, degradándola, en una comedia. 


2 comentarios hasta ahora ↓

  1. claudia rizzo
    claudia rizzo
    Jul 2, 2013

    la novela me gusto, fluida, original, de todos modos cerca del el final fue perdiendo cierto encanto de la tres cuartas parte del libro.
    Igual la recomiendo porque siempre es bueno leer ficcion de la buena.

  2. eleonora
    eleonora
    Nov 19, 2020

    podrian decirme a quien mato Maria al final, como termina esta novela???

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