La cinta blanca
La cinta blanca
Director: Michael Haneke
Palma de oro en el festival de Cannes, 2009
En un villorrio sin nombre y con identidad difusa se suceden una serie de accidentes, muertes, calamidades que van tejiendo un entramado de misterio. Pero no es una película de misterio. De esta le falta el hilo conductor de un hecho a dilucidar, aquí -como decíamos- se entretejen hechos heterogéneos de los cuales sólo al comienzo se supone que provienen del mismo autor, un grupos de chicos que forman parte del coro del pueblo. En razón de las características diferentes de los sucesos no tardan en despuntar distintas interpretaciones.
Finalmente no es una película de misterio porque no responde a las exigencias del género, al final nada se dilucida, nada se descubre más allá de ciertas lacras humanas que tampoco se destapan porque están ahí, en escena, desde siempre, en el plano de lo visible. La película oscila persistentemente entre lo visible y lo invisible en un movimiento constante que muestra y oculta. El pastor del pueblo aplica a sus hijos púberes, casi adolescentes, castigos físicos y morales un tanto retrógrados: una cinta blanca en el brazo supuestamente para recuperar la pureza de la infancia. Se comunica en la escena pero los castigos serán siempre tras las puestas. Abuso sexual del médico sobre su asistente y sobre su hija siempre a medias mostrado, de espadas al espectador. Ningún acto de violencia se muestra abiertamente, se supone que el barón dueño de la fábrica donde murió una mujer, de cuya muerte es sospechoso, ejerce excesos de autoridad y violencia pero nada es certero, nada es mostrado directamente a través de sus protagonistas. Extrañamente en un arte de lo visible todo se publicita a través de la narración -una voz en off, la del único maestro del villorrio, ya en su vejez- cuenta los sucesos. O bien la sospecha cunde como efecto lateral de otros hechos: la esposa del barón se ha ausentado largamente con su hijo víctima de otro abuso misterioso, pero se presume también para huir de los maltratos de su esposo. En ningún momento despunta la intención de develar los misterios, apenas si sólo se expresa por qué no hay que ahondar en los raros sucesos. En la casa de los campesinos que trabajan en la empresa del barón el pater familia reprime al muchacho que quiere escarbar en el crimen de la mujer. Todo aparece velado, tamizado por el miedo, todo está cubierto con una pátina de oscuridad y de represión sobre el sí mismo y sobre los otros.
Acorde con el clima de la película, potenciado por un blanco y negro de impecable belleza, los actores representan sus personajes en un tono de sordina y modo estático: ni una lágrima, ni una queja. Sólo el maestro narrador tiene rasgos de jovial humanidad, sólo en él, enamorado, el efecto refrescante de los signos del amor. Por lo demás, el efecto de distanciamiento logrado con esa modalidad de actuación, impulsa más que a la identificación, a la reflexión sobre la época, 1914, poco antes de la primera guerra mundial, ciertas males sociales como el autoritarismo, el abuso machista, la represión. Sin duda la película anuncia, hace alusión al nazismo que vendrá, pero más allá de ello inclina a reflexionar sobre la supervivencia aún hoy de estas lacras sociales. El hecho de que en ningún momento se devele el misterio de los accidentes y de los crímenes también produce un efecto de distanciamiento a favor de la reflexión pues no distrae con la anécdota ni produce el alivio de la catarsis sino que mantiene el pensamiento en suspenso y la reflexión alerta. No importa quien haya cometido los crímenes o provocado los accidentes, importa las condiciones materiales y morales que abonaron para que ocurrieran ciertos hechos. No vale preguntarse por el culpable singular sino por la responsabilidad compartida en una sociedad donde se toleran los abusos de los mayores y en cambio se reprime a los niños.
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