Los caminos del habla

La madre de todas las zonceras

 

…. es Civilización y barbarie. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna, (…) como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América transplantando el árbol y destruyendo lo indígena…

                                                                                Arturo  Jauretche

 

 

Antes de comenzar

M- Hablemos de los motivos, de los disparadores. Ya mucho antes de leer o más bien de releer a Jauretche -tenía una primera lectura de juventud bastante soterrada- me rondaba la idea de seguir la deriva de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie en la certeza de que se trata de una idea madre que atraviesa toda nuestra literatura y nuestra historia social. Y no me refiero a los límites de la nacionalidad sino a todo lo que tiene que ver con la patria grande latinoamericana, sólo que en razón de la extensión aquí acotaremos el discurso a nuestra realidad cercana.  Señalemos también que nuestra otra conversación -sobre el Martín Fierro- también fue como una deriva que habría de desembocar  necesariamente en el tema; queda registrado en el título del último tramo. Pero aún podríamos preguntarnos por qué insistir en el tema, por cierto que se trata de un tema recurrente…

J— Sobre el que se ha reflexionado mucho. Pero no sólo se trata de un tema. En la dicotomía sarmientina se encuentra cifrado finalmente un lenguaje recurrente: los términos de la dicotomía reaparecen frecuentemente en la prensa, en los medios en general, así como en cualquier conversación. Como si estuvieran, hasta cierto punto, grabados en nuestra habla. Claro: en otro nivel uno podría hacer un recorrido por la literatura nacional e incluso, en un sentido más amplio, por la cultura nacional siguiendo este problema. Algo de eso es lo que hace Maristella Svampa en un libro, El dilema argentino. Civilización o barbarie, a cuyo recorrido nos hemos sumado en varios momentos del nuestro.

M- Otros casos son el del uruguayo  Rodó y del cubano Retamar que en distintos momentos de nuestra historia abordan el tema partiendo de los personajes shakespereanos Ariel y Calibán como alegorías de ambos principios.  Los ejemplos son innumerables, está el caso de Carlos Fuentes que en un ensayo sobre la novela latinoamericana dice que el tema atraviesa toda la historia de nuestra literatura; precisamente Retamar en su libro dedica varias páginas a polemizar con ese ensayo que unilateralmente adopta el punto de vista del civilizado. Y acaso sea precisamente por eso, por lo recurrente del motivo que nos produce una rara atracción y el impulso de rastrear el curso de las significaciones, los matices, las variantes o invariantes al decir de algunos. Pero sobretodo porque instalados ahora en el siglo XXI con las promesas decimonónicas de progreso y civilización, incumplidas, razón obliga a mantener alerta la interrogación. Y sobretodo porque en nuestra historia reciente y en nuestro aquí y ahora, en la escena de una recuperación y valoración de lo popular vemos resurgir mitos desempolvados, viejos fantasmas, miedos arcaicos, nuevas versiones de lo mismo.

 

Vaciar primero

M-  En el caso de Sarmiento es todo obvio porque es él quien expresa el problema nodal de la historia argentina en términos de civilización y barbarie, el tema está expuesto en el subtítulo del Facundo que debiera ser el título  sino fuera por el recurso de la ficción que en realidad es a medias ficción porque el personaje es real y el texto linda en lo biográfico.  Facundo como metáfora de uno de los polos y toda la obra respondiendo a la intención de ilustrar una tesis.

J- El título del libro es una cuestión muy interesante. Sarmiento lo va cambiando a medida que se suceden las diferentes ediciones. ¿A qué hay que darle prioridad? ¿A la tesis, a esa concepción de la historia que articula el libro? ¿O a la biografía del caudillo? Los términos del título cambian con las ediciones, pero lo cierto es que la primera edición de 1845 se titula: Civilización i barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga i aspecto físico, costumbres y ábitos de la República Arjentina. En esta primera edición el título enuncia la tesis y el subtítulo presenta la biografía bárbara. La cuestión se simplifica en la última edición en vida de Sarmiento, la de 1888, que reúne en un solo tomo las biografías que Sarmiento les dedica a los caudillos Aldao, Quiroga y Peñaloza, como si se tratara de un solo libro. El título de esta última edición deviene sintéticamente: Civilización y barbarie.

M- La obra, por cierto, incluye dos aspectos: una lectura de la historia argentina que refiere al pasado y un modelo para pensar la nación. La ficción es el ropaje con que se viste una  lectura ya realizada y un modelo ya formulado para pensar a futuro la nación. Todo está en la cabeza de Sarmiento, por eso no coincido con quienes caracterizan la obra como polifónica. Aún cuando Sarmiento la haya compuesto de la recolección de testimonios varios, de relatos y anécdotas de  diversas fuentes estos no son más que ejemplos seleccionados para abonar a su precomprensión.

J- Es cierto que en el Facundo hay algo así como una precomprensión. Es como si Sarmiento trabajara con un a priori. Como si la dicotomía civilización y barbarie, que le sirve para leer la historia argentina, pasada, presente y futura, fuera una suerte de a priori, una clave interpretativa con la cual explicar y resolver todo: desatar el nudo –como dice Sarmiento- que no pudo cortar la espada. Y en esa clave interpretativa hay que organizar e interpretar todo lo que de otro modo aparece disperso: el espacio del país, los tipos de sus habitantes, la historia nacional. En una de las tantas notas que escribe a pedido de Sarmiento para comentarle el libro, Valentín Alsina le reprocha su propensión a los sistemas. Esa propensión lo lleva permanentemente a exagerar: no se puede decir, para dar uno de los tantos ejemplos de Alsina, que hay 10.000 estancias en la pampa, porque entonces la pampa dejaría de ser pampa. Parecería que el hecho de que Sarmiento trabajara con una suerte de precomprensión, con un a priori, no fue pasado por alto en su tiempo.

Pero hay algo más a discutir aquí. Porque si bien hay algo de precomprensión en el sistema de pensamiento de Sarmiento, también es cierto que Sarmiento no deja de reescribir esta obra de 1845, en las sucesivas ediciones, hasta casi su muerte en 1888. Parece que en un punto el libro no se termina nunca, que está siempre inacabado para Sarmiento, que puede abrirse otra vez en cualquier momento y refundirse. Y Sarmiento además dice en el mismo Facundo que la escritura del libro fue ensayo y revelación de sus ideas. Precomprensión, entonces, por un lado; y por otro lado ensayo y revelación, intuición siempre abierta.

M- Por cierto que debe haberse dado ambas cosas, de hecho trasunta de la lectura. Uno capta la oscilación como si la misma deriva de la escritura y el pensamiento acercara a un lugar inesperado, a alguna revelación pero la intención política prima y el autor se apresura al cierre. Esto se ve por ejemplo cuando abruptamente deja el tema de Facundo para pasar a hablar exclusivamente de  Rosas.

La cuestión se desenvuelve en el tratamiento de dos componentes que hacen a la argentinidad: la geografía-el paisaje,  responsable de todos los males que nos aquejan y el personaje que la habita, el gaucho, la consecuencia inevitable, que puede ser el gaucho malo, el caudillo, el montonero, ser antisocial, irredento, rebelde, de difícil adaptabilidad, amante de una  libertad sin para que. Y hay que resaltar este tema de la libertad porque Sarmiento hace una diferencia. Comienza caracterizando al habitante de la pampa por su libertad en el sentido muy específico de estar libre de toda ligadura, de todo lazo social. Pero luego le atribuye la falta de libertad. Esta mutación se explica porque está en juego otra noción  de libertad, una noción de raigambre iluminista, cuasi kantiana, la libertad de las ciudades con responsabilidad, la cual no es más que una autolimitación, el libre consentimiento a la ley. La libertad de la campaña es un exceso de vida que hay que encausar, la de las ciudades en cambio es la que “va dar objeto y ocupación a ese exceso de vida”. Detrás de esta diferencia asoma la dicotomía “civilización y barbarie” que Sarmiento delimita en forma maniquea desdoblando en una serie de oposiciones. Sobre ella se dibuja el mito fundante cuya sustancia es la oposición excluyente.

J- Es interesante lo que decís respecto de esas dos acepciones de libertad que se juegan en el libro, y que recubren una vez más la dicotomía que es la columna vertebral del texto. El gaucho en el Facundo parece por un lado libre y por otro no. Permanentemente, Sarmiento va a estar narrando las acciones –pequeñas o grandes- de Quiroga siempre con la misma conclusión: no podría haber hecho otra cosa; no podía elegir; no tenía libertad; era un bárbaro. Por otro lado, como decís, el exceso de vida de la campaña bárbara debe ser encausado por la ciudad y el exceso de vida del gaucho bárbaro debe ser encausado por las instituciones. Esta parece ser una de las propuestas fuertes del libro: la familia, la escuela y principalmente el ejército son instituciones que tienen, de algún modo, esa misión de encausar el exceso de la barbarie. Se entiende que -disciplinado y sublimado aquel exceso de vida por el ejército-  Facundo podría haberse convertido, como tantos otros gauchos que fueron soldados en las guerras de la Independencia, en un glorioso general de la Patria. Pero no fue así, nos dice constantemente el Facundo. La historia de Facundo es para Sarmiento el contraejemplo de esa sublimación por las instituciones. Desde el principio, desde su infancia y su juventud, la vida de Quiroga no hace sino transgredir toda institución: golpea a su maestro; les pega a sus padres y les prende fuego la casa; deserta una y otra vez del ejército.

Pero no hay que dejar de señalar otra cuestión. La posibilidad del disciplinamiento o de la sublimación –esto es: la posibilidad del pasaje de un lado al otro de los términos de la dicotomía- estaba allí en potencia. Facundo podría haber sido, se nos dice. En ese sentido la dicotomía en el libro no implica una oposición tan excluyente: parecería que puede haber pasajes de la barbarie a la civilización y de la civilización a la barbarie. A Sarmiento le interesa pensar esa “y” (esa conjunción) de civilización y barbarie. Es lo que le interesa asimismo de Fenimore Cooper, novelista norteamericano de donde dice tomar la dicotomía: no le interesa un término por un lado y otro término por el otro, sino su lucha, su interpenetración mutua, el lugar en que uno y otro se tocan. Allí, en esa zona, según Sarmiento, puede surgir toda una literatura nacional.

M- En parte tenés razón hay una referencia un tanto recurrente a esa posibilidad de pasaje, pero en la expresión misma, esa forma verbal de pretérito condicional, “podría haber sido”, va implícita cierta clausura, eso es pasado; para el presente urge ir en busca de modelos foráneos.  Sarmiento viene de enunciar de un modo un tanto taxativo, todas las formas expresivas de la misma dicotomía. En primer lugar la división de aguas entre Europa, sede de la civilización  y América donde la barbarie  es y está destinada a permanecer sino no se adoptan, copian, los modelos extranjeros. No escatima palabras para defender su europeísmo, justificar incluso la traición a la causa americana porque ella es española, bárbara, absolutista, porque en esas condiciones el progreso moral es imposible y la civilización es irrealizable; se trata al fin de escapar al salvajismo. A mi modo de ver la manera en que Sarmiento trata  la dicotomía se inclina más a la disyunción que a la conjunción: o una cosa, o la otra y la transición es irreversible. Por otra parte en cada polo de la dicotomía se abren nuevas oposiciones, así  en Europa la de Inglaterra y Francia versus España;  en América la de las ciudades versus la campaña y entre las ciudades la de Buenos Aires versus Córdoba  o La Rioja, a las que Sarmiento no vacila en caracterizar a partir de ciertos criterios inspirados en modelos europeos. Así La Rioja, ciudad asociada al caudillo aparece caracterizada por datos puramente numéricos acerca de cuantos abogados, hombres que visten frac, ciudadanos notables indistintamente llamados ilustres o respetables, cuantos curas, cuantas fortunas de más de cincuenta mil. Los tipos se definen por un código común de los que pertenecen al grupo, de los civilizados.

J- Como por ejemplo, también, cuántos leen y hablan lenguas extranjeras.  Leída hoy esa lista, que es una suerte de encuesta, da un poco de risa. Pero Sarmiento la estampa allí, junto a otros datos, como una prueba o un documento más. Ahora bien, me interesa eso que decías antes respecto de cómo en el interior de cada uno de los términos de la dicotomía surgen nuevas oposiciones, porque indican el dinamismo con que Sarmiento entiende la dicotomía. En el interior de la civilizada Europa hay países bárbaros como España, y en el interior de Argentina hay ciudades, supuestos índices de civilización,  que son mayormente bárbaras como La Rioja o Córdoba. Nuevamente: lo que parece interesarle a Sarmiento es cómo la civilización y la barbarie se interpenetran y están en verdad siempre una en relación a la otra.

M- Más que interpenetración creo que hay una sucesión de subdivisiones que determinan toda una gradación sólo que en el límite todo tiene que desembocar en la misma meta. El programa tanto de Sarmiento  como de muchos de los pertenecientes a su generación puede resumirse en los siguientes puntos: instituciones republicanas, promoción de la industria, libertad de comercio, libre navegación de los ríos, de esos ríos cuya comunicabilidad el hombre de la campaña no sabe apreciar –se lamenta reiteradamente en su Facundo. Y para ello inmigración europea aún cuando el modelo más que Europa fuera EEUU donde no se había permitido el mestizaje  y por tanto el colono se conservaba puramente sajón y sanamente industrioso y pacífico, emancipado, contrastando con  el habitante de nuestra América mestizo y violento, un Facundo pero también un Artigas a quien igualmente describe como salvaje, contrabandista, enemigo tanto de realistas como de revolucionarios; su esencia el individualismo, su arma el caballo, la pampa inmensa su teatro. Ese contraste me sugiere otros. Habría que considerar otra versión de Artigas…

J- Por cierto que hay otras versiones de Artigas, como asimismo de Quiroga, Peñaloza, Rosas, Urquiza… Quedarse con la versión de Sarmiento, que trabaja con una suerte de a priori, respecto de esos personajes, es muy problemático.

M- Se me ocurre, por ejemplo, que habría que preguntarse otra vez por quienes son los modernos y civilizados, por cierto desde otra óptica. Oponer por ejemplo las leyes de Artigas a las de Rivadavia. La ley contra la vagancia que expresaba que quien no tenía propiedad tenía que tener la boleta del patrón a riesgo de ser calificado de vago y conchabado para laburar para un patrón o para la milicia, tal cual lo que le pasó a Fierro; versus la ley de expropiación de tierras a malos europeos y peores americanos, bajo la consigna de “la tierra para quien la trabaja” de Artigas que suponía idea de progreso pero progreso inclusivo, o sea progreso más igualdad. Artigas se proponía un país moderno, industrial; por eso la ley de tierras, contra la ley de vagos de 1815 que deriva en  autoritarismo. A propósito de la ignorancia de los indígenas considera que hay que preguntarse por quiénes han sido los causantes. Y por otra parte habría que contrastar esa visión bucólica del sajón industrioso, pacífico, emancipado, con la imagen del granjero sureño, bruto, cerrado, prejuicioso, racista, dado a la violencia en creaciones tan insólitas y salvajes como el ku- klux-klan.

 

A favor del gaucho

M- De Hernández venimos de hablar, cualquier cosa sería reiteración pero quede como síntesis apretada su diferencia con Sarmiento. Ambos escriben literatura con fines políticos pero sus posiciones son divergentes. Hernández sabe de la necesidad de integrar al gaucho, no así al indio con respecto a quien tiene una actitud vacilante en La Ida, tal como vos lo señalabas, pero se define negativamente en La Vuelta. El indio queda fuera de la política de inclusión de la misma manera que luego ocurrirá con Lugones.

J- Sarmiento y Hernández son en varios puntos casi archienemigos. Eso lo hemos charlado y discutido ya. Me interesa ahora marcar los puntos de contacto entre ambos. Hernández, desde el inicio, formula una nueva versión del liberalismo, que tiene sus puntos de contacto y sus diferencias con el liberalismo de la generación de Sarmiento. El liberalismo de Hernández se formula en el sentido de un programa de progreso inclusivo. Se trata como decías de incluir al gaucho, integrarlo. Pero Hernández no aboga por el estancamiento del país en formas económicas perimidas. Prueba de ello es la inclusión, en la misma edición del folleto en que sale publicada la Ida en 1872, del texto Camino trasandino: texto que aboga por la instauración de caminos seguros a partir de la instalación de ferrocarriles y por tanto, a favor de la modernización y el progreso. Ahora bien, todo ello encarna una serie de contradicciones: el progreso por el que aboga en Camino trasandino se contradice con las formas de vida gauchas que se reivindican en El gaucho Martín Fierro. Son las contradicciones internas de esta particular versión del liberalismo. Pero no solo en este asunto hay un punto de contacto con Sarmiento. También en su concepción de la literatura como forma de ilustración, educación, civilización. Ello se enuncia concretamente en un par de versos de la Vuelta: “No se ha de llover el rancho/ en donde este libro esté.” El libro, la alfabetización, la lectura, en último término la literatura, traen aparejados la salida de la indolencia y la barbarie, según se lee en esos versos.

M- Ciertamente debió haber muchos puntos de contacto, al fin eran hombres de una misma época pero lo que me interesa ahora es resaltar las diferencias, destacar, por ejemplo que con Hernández se va a proyectar por primera vez una mirada hacia el futuro anclando en el presente,  partiendo de lo que se es, de una realidad dada, un territorio habitado por pueblos originarios, los indios, y luego también el gaucho. No se parte de un vacío que hay que llenar según el lema alberdiano de “gobernar es poblar”, y por eso la necesidad de hacer más vacío el vacío, y por eso las palabras de Sarmiento “hay que abonar la tierra con sangre de indios” y más tarde, el exterminio, Roca y la campaña del desierto. En este contexto el Martín Fierro tiene el mérito de colocar un interrogante y resuelve a favor del gaucho; el indio todavía queda al margen, por eso la reparación es  hoy todavía una deuda interna.

J- La cuestión del vacío es todo un asunto en esa generación del 37 a la que pertenecen Alberdi, Echeverría y más periféricamente Sarmiento. De hecho Echeverría es uno de los primeros en hablar de desierto para nombrar la pampa. Es la misma operación que está implícita en Alberdi y Sarmiento: se trata de producir un desierto allí donde no lo había y hacer más vacío lo que se empieza a nombrar “vacío”. Pero en Hernández –tenés razón- hay toda otra cuestión, un llamado de atención sobre esta figura del gaucho como tipo nacional que se ha perseguido y maltratado sistemáticamente y que sin embargo constituye algo así como el suelo original de esta sociedad. Para Hernández no se puede mirar a otro lado, hay que mirar para acá para empezar a fundar de otro modo. Y en eso se parece en algo a Mansilla, que está escribiendo casi por la misma época.

 

Considerando al indio

M- El caso de Mansilla es algo diferente,  a diferencia de Sarmiento y Hernández no hay intención política…

J- ¿Te parece? Tal vez esa intencionalidad esté más diluida que en Sarmiento o en Hernández, pero hay claramente un contenido muy político también en este libro, la Excursión a los indios ranqueles (1870). El viaje que se narra aquí, la materia narrativa, es en principio política: tenemos aquí, en el fondo, que un coronel viaja hacia tierra adentro para firmar un pacto con los indios ranqueles. Pero también las formas que adopta el relato de ese viaje son políticas: el relato es cortado permanentemente por comentarios políticos.

M- Lo que quiero decir es que no hay una intención tan explícita. Por cierto que hay política pero no se da como en Sarmiento que a través de su personaje pretende descifrar la verdad de la realidad argentina. Lo que se puede apreciar en su escritura es cierta fascinación por ese mundo desconocido de la frontera. Es el civilizado algo aristócrata que después de familiarizarse con el viejo mundo y gozar de las ventajas de la civilización regresa sediento de barbarie y se empecina con el viaje, la excursión a los ranqueles.

J- Eso es cierto. La fascinación por el mundo de la frontera y por la tierra de más allá, el espacio bárbaro, salta a cada paso en la lectura del libro de Mansilla. De hecho, el viaje se enuncia como motivado por un deseo, deseo que en principio es el de una suerte de tourist, hacer una excursión a los ranqueles para comer una tortilla de huevos de avestruz, pero que en seguida se define de un modo múltiple en el relato: deseo de ver con los propios ojos ese mundo de tierra adentro; estudiar sus usos y costumbres, sus necesidades, sus ideas, su religión, su lengua; inspeccionar el terreno por el que han de marchar algún día las fuerzas militares. Lo turístico, lo antropológico y lo militar se encuentran desde el principio hasta el final fundidos en el texto y hacen a su complejidad. Tal vez lo político esté algo diluido en esa mezcla, pero está allí siempre presente: por un lado el viaje es un viaje de placer, para mirar, para tocar, para comer; por otro el viaje es un viaje militar, de reconocimiento de un terreno y de establecimiento de pactos con los ranqueles.

M- Una misión que Sarmiento no aprueba, que al fin resultará un fracaso, fracaso político que él podrá revertir en éxito literario. Pero lo que importa aquí no es ni el fracaso de la expedición ni el éxito de la obra, lo que importa es la inauguración de una mirada diferente sobre el otro, la atracción por lo diferente. Creo que bien se le aplica al sentir de Mansilla el título de la obra de Kusch La seducción de la barbarie cuando por ejemplo dice: “mejor se duerme en la pampa”, “al tranco, al trote o al galope yo duermo perfectamente”. A diferencia de Sarmiento no siente la naturaleza como una amenaza, y sin embargo, no ignora sus peligros, y que hay un saber de tierra adentro que se debe aprender, ¿qué es el guadal, qué es la rastrillada? Esas cosas que el “público” -dice así sin especificación alguna, habrá que entender “el público civilizado”- desconoce; y  Mansilla le otorga cierta razón ya que paga para que le informen de los cuatro puntos cardinales y de todos los adelantos científicos.

J- Coincido con lo que decís. En Mansilla se inaugura una mirada diferente sobre el otro, e incluso una mirada de deseo -como te decía antes- sobre el otro. Todo el tiempo el relato del viaje está diciendo que allí, entre los ranqueles, hay cierto orden, cierta organización, cierta civilización. Formas de organizarse, rituales, gestos codificados, modos de conversar familiarmente, en parlamento o en junta. Ahora bien, lo mismo que en Sarmiento, parece que el énfasis de todos modos está puesto no tanto en la figura del otro sino en la propia figura de Mansilla. Mansilla se construye a sí mismo en el texto, se muestra y se hace ver: se presenta como aquel que puede hacer el viaje de un lado a otro, de la civilización a la barbarie y de la barbarie a la civilización, aquel que puede comunicar esos espacios, aquel que podría –basado en ese saber de la civilización y la barbarie- gobernar bien. Y aquí vuelve a aparecer el contenido político del libro: el relato del viaje es en un punto propaganda política para la propia figura del autor.

M- Es verdad, entre unos y otros él se coloca en el papel de médium, el gran traductor, conocedor de los códigos de ambos mundos, es la función del lenguaraz que Mansilla se detiene en detallar,  rol esencial que hace a la posibilidad de relacionar esos dos mundos, los dos polos de la dicotomía, civilización y barbarie. Pero el que tiene el saber de los dos lados no puede quedar igual a sí mismo. Ya lo había dicho Sarmiento y lo repite Mansilla no se es el mismo después de haber estado en la frontera. 

J- La diferencia está tal vez en que en Mansilla hay una relación muy fuerte entre saber y experiencia. La experiencia, de hecho, tiene un lugar muy importante en su obra. Se puede narrar, relatar, representar porque se ha estado ahí, se ha pasado por ahí, se ha visto, se ha tocado y se ha oído. En Mansilla la experiencia es un dato fundamental: de ahí el interés en representar el espacio tal como es, con sus particularidades e  irregularidades, con sus rastrilladas y sus guadales. Si se puede representar ese espacio es porque se lo ha atravesado con el cuerpo. Esto choca un poco con Sarmiento, que como decíamos trabaja en el Facundo con una suerte de a priori y, además, describe hacia 1845 la pampa sin conocerla más que por otros textos. En Mansilla, en cambio, se reivindica la experiencia y el saber de esos espacios de la frontera y de tierra adentro.

M- El tema de la experiencia, en verdad, es muy importante en Mansilla, eso de haber estado allí, pero lo más relevante es ese lugar de la frontera que es un lugar de mezcla, de cruce, donde se confunden indios y cristianos, prisioneros o desertores, huidos de la justicia, los Fierros y otros personajes, no hay una separación clara entre los dos polos; los límites son difusos y los códigos diferentes tanto en cuestiones de moral como en cuestiones comerciales. Es preciso adaptarse y el autor se adapta, se mimetiza con el otro, copia sus costumbres, come carne cruda, se emborracha con ellos, observa y repite los gestos, aprende la espera, practica la paciencia. Del encuentro finalmente con el cacique nos describe la esencia de los parlamentos, la retórica de las preguntas, las nueve veces que uno de sus interlocutores le dijo que no le convencían sus razones y las nueve veces que él le respondió de la misma manera. Y sin embargo pese a toda esa mímesis, se guarda la diferencia, el personaje-narrador no se confunde con el otro; lo que atrae de su escritura es la ausencia de toda demagogia, si bien trasmite el goce  del viaje como el de un deseo cumplido y se detiene en describir los placeres de la barbarie en ningún momento traza un cuadro bucólico del mundo del indio, nunca se muestra complaciente ni ahorra la mención de sus defectos más salientes, el pedigüeñeo, la desconfianza, la imperturbable obstinación del indio.

J- No hay aquí –me parece- un cuadro bucólico del mundo del indio,  porque no se quiere trabajar con un a priori idealizante sino que se intenta representar y valorar a partir de la experiencia. Y en ese sentido tampoco hay idealización en relación a la civilización. La experiencia, más bien, enseña que hay cruces, intercambios, impregnaciones: civilización en la barbarie y barbarie en la civilización. 

M- Es cierto porque tampoco ahorra críticas a la sagrada civilización. El regodeo con la barbarie va siempre acompañado de una fina ironía sobre la civilización. Leo unos fragmentos:

“Comimos bien, (…) Dormimos perfectamente. ¡Qué bien se duerme en cualquier parte cuando el cuerpo está fatigado!  Si los que esa noche se revolvían en elástico y mullido lecho agitados por el insomnio, nos hubieran oído roncar (…) ¡qué envidia no les hubiéramos dado!  Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados.  La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas.  En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras”.

En este vaivén, esta oscilación avanza el texto hasta casi al final cuando Mansilla pone en pie una diversa visión de los hechos. El autor se pone a meditar sobre las falencias:

“qué han hecho los gobiernos, qué ha hecho la civilización en bien de una raza desheredada, que roba, mata y destruye, forzada a ello por la dura ley de necesidad?”

 

Y a continuación nos invita a oír discurrir a los bárbaros. Es el cacique Mariano Rosas el que habla -con visible expresión de ironía  dice el autor-

 

“Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muerto; y si mañana pueden matarnos a todos, nos matarán. Nos han enseñado a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azúcar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han enseñado ni a trabajar, ni nos han hecho conocer a su Dios. Y entonces, hermano, ¿qué servicios les debemos?”

 

Son las últimas páginas, hecho significativo porque son las palabras que quedan resonando en los oídos.  Es el gesto de recogimiento del autor quien dice haber hecho acto de conciencia y callado. Y se queda cavilando sobre las miserias de la civilización. Y se pregunta como puede ser que teniendo todos los americanos sangre de indio se condenen poblaciones  enteras a la muerte o la barbarie.

 

Después de poblar

M- Ahora veamos el siguiente período, el que comienza en 1880, y se extiende más allá del Centenario, lo que sigue a la idea tanto de Sarmiento como de Alberdi de la necesidad de poblar, de traer inmigración blanca, cuando comienza a procesarse el proyecto de nación bajo el modelo liberal-conservador. Es un período de transformaciones: consolidación del modelo agroexportador, ferrocarriles, puertos, fuerte expansión económica que a su vez fue generando concentración de la riqueza y altos grados de exclusión. Pero lo más relevante para nuestro tema: el comienzo de un gran movimiento inmigratorio que va a cambiar el rostro del país y cuyo desarrollo  y efectos será la temática que ocupará a los pensadores de la época.

J- Y toda esta serie de cambios supondrá nuevas formas de tratar e interpretar el mito sarmientino. La dicotomía entonces se relativiza, se invierte valorativamente, se tensa o incluso se refuerza y endurece, reinterpretada en el marco de nuevas corrientes de pensamiento que le agregan componentes biologicistas.

M- Veamos en primer lugar los efectos reales de la inmigración, cómo se pasa de la utopía a la realidad. Los inmigrantes llegan a poblar pero no se  expanden por el desierto sino que se agolpan en la  ciudad, se hacinan en conventillos, crean ghetos donde en lugar de integrarse refuerzan su identidad de origen a la vez que van deformando el lenguaje. Es en la vida de los ghetos donde se van curtiendo el cocoliche, el lunfardo, formas varias que horrorizan a la elite intelectual. Es allí también donde se van a ir formando y consolidando instituciones diversas. Por una parte sociedades de fomento y  mutuales, creadas  para la protección y acogida del extranjero; por otra las de carácter más político destinadas a encauzar acciones contestatarias de una elite obrera que ya venía con ideologías  anarquistas y socialistas.

J- Y de ese modo empiezan por la época las protestas. La crisis económica produce desocupación y ésta produce huelgas y todo tipo de manifestaciones. Es entonces que empieza a rondar el fantasma de la desagregación y las clases dirigentes se obsesionan con el tema del orden y la seguridad y al fin optan por la represión. Como corolario de todo esto vendrá más tarde la Ley de Residencia (1902) y la Ley de Defensa Social (1910).

M- Y sin embargo, la manera como se percibía al extranjero era ambivalente, sumamente compleja, enfocando alternativamente en unos u otros  de sus rasgos, valorando según el caso las mismas características en forma diferente.  Contrastan por una parte elites obreras armadas  de ideologías contestatarias con el inmigrante de origen campesino, sumiso,  acostumbrado al trabajo de sol a sol, contraimagen del trabajador nativo caracterizado como “perezoso”. Y contrasta también el inmigrante esperado, blanco, rubio, preferentemente sajón, emprendedor, con el que realmente llega, el que viene de las regiones atrasadas según se lamenta Sarmiento, el “gallego” o el “tano  bruto” que deforma el idioma y malogra las tradiciones. Un hondo desencanto se produce frente al inmigrante, se termina el idilio, surge el calificativo de tacaño. También se discrimina entre el inmigrante perturbador del orden y el otro, civilmente educado, disciplinado que se visualiza como promesa de prosperidad. Frente a esta realidad tan compleja que confronta sueños y expectativas con los crudos hechos, se alzan voces diversas que difieren y convergen, hay voces vacilantes que no dudan en mudar según el tiempo va dibujando nuevos escenarios.

J- Una de esas voces vacilantes es la de Rafael Obligado. En 1885 publica su Santos Vega y da su propia versión de la leyenda del payador. En el último de los tres cantos que conforman el poema, se narra el famoso duelo con que termina la vida de Santos Vega. Se trata de una versión bien acorde a los tiempos que corren en la década del 80. ¿Con quién le toca payar a Santos Vega? Con Juan Sin Ropa, un “forastero”, es decir un inmigrante, que en esa payada final canta sobre temas como el trabajo y el progreso, temas frente a los cuales el gaucho Vega queda mudo y derrotado. El poema es entonces un elogio de la civilización sobre la barbarie, un elogio del inmigrante que trae –a la manera de Sarmiento y Alberdi- progreso y trabajo y desplaza y suprime la figura del gaucho. Pero los tiempos corren, las cosas cambian y en 1906 Obligado agrega un canto más al poema, el “Himno al payador”, con la intención ahora de hacer la apología del gaucho que desaparece decididamente con la inmigración. Hacia 1885, entonces, alabanza del progreso; hacia 1906, en cambio, conciencia algo desgarrada de que con la inmigración y la modernización, el gaucho y todo lo que representa como tipo desaparece. Y precisamente por esos años, a inicios del siglo XX, por aquí y por allá comienzan a aparecer los himnos al gaucho. 

M- Emparentados con esta manera de ver el asunto vendrán los nacionalistas entre los cuales uno de los más representativos es Lugones de quien ya hemos hablado largamente a  propósito del Martín Fierro.

J- Sí, ya hemos señalado cómo en el contexto del Centenario y en busca de una identidad nacional Lugones había instituido el poema de Hernández como poema fundador de la argentinidad, lo que en el léxico romántico vendría a ser un mito vinculante.

M- Haciendo referencia al mundo griego lo compara con los poemas homéricos; en ambos casos lo bárbaro es lo que esta fuera del propio universo cultural; es lo extranjero, para nosotros lo gringo. Podríamos hacer especulaciones sobre los motivos de Lugones, señalar que su intervención es posterior al planteo de la dicotomía sarmientina:  el caudillo ya es historia y  al hablar de gaucho, el autor de El payador no se refiere a ese personaje belicoso, movilizado en las montoneras sino al gaucho pacífico, solitario y cantor. Sus motivos son posteriores también al momento en que Hernández considera necesario reivindicar al relegado gaucho; surgen cuando la hibridación producto del flujo inmigratorio ha comenzado a pervertir el idioma y aparecen el cocoliche y otras desviaciones.

J- Creo que también señalábamos –y sería bueno recordarlo ahora- que por los años en que Lugones escribe y publica El payador la figura histórica del gaucho está empezando a declinar. Para entonces el gaucho ya no es más un problema  y el peligro comienza a aparecer en otras figuras.

Nueva forma de barbarie.

M- Con Ricardo Rojas, otro nacionalista, aparece un planteo novedoso. Critica el cosmopolitismo porque tiende a la disolución de los valores tradicionales y establece una clara diferencia entre progreso y civilización. Progreso tiene que ver sólo con  la prosperidad material, y reducido a ese efecto arrastra necesariamente a una nueva forma de barbarie. Civilización en cambio es el producto del decantamiento histórico de una cultura, creación espiritual que informa, que modula ese progreso puramente material. Aquí habría que hacer referencia al Ariel de Rodó que tuvo mucha influencia en los pensadores de la época. El título de la obra alude al Ariel de La tempestad un puro espíritu que contrasta con el otro personaje Calibán símbolo de la materia bruta. Más tarde el cubano Retamar escribirá su Calibán como otra manera, aquí en Latinoamérica, de visualizar los dos polos de la dicotomía; volveremos sobre ello. Lo que interesa ahora es ver como con esta generación ya comienza a verse que el problema no era sólo “poblar el desierto” sino la creación de un pueblo, la generación de una conciencia nacional. Comienza a verse que la construcción de una nación, supone la concepción  de una patria, no sólo como entidad jurídica sino como tradición, memoria, identidad.

J- Es muy interesante esa diferencia que establece Rojas en La restauración nacionalista (1909) entre progreso y civilización. Esa nueva noción de civilización como sedimentación de una cultura se materializa en aquello que hace Rojas con la literatura: dar cuenta del desarrollo histórico de la cultura nacional. En 1913 se crea en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA la materia Literatura Argentina cuyo dictado queda a cargo de Rojas y en 1917 comienzan a publicarse los tomos de su historia de la literatura nacional. Se trata allí en efecto de dar cuenta del desarrollo de una cultura, y para ello, de reunir los materiales dispersos, republicarlos, hacerlos circular, y en ese mismo movimiento darles una forma de totalidad orgánica, de proceso histórico coherente. El subtítulo de su historia de la literatura nacional es ya bastante explícito respecto de lo que allí se entiende por historia literaria: Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata. Se trata de mostrar que en el Plata hay una cultura, una civilización en términos de acumulación espiritual, que implica cierta evolución, cierto recorrido histórico que Rojas rastrea ya desde la literatura colonial.

M- Y hay que agregar que es en el marco de esta interpretación de la cuestión nacional  que Rojas va a insistir en el rol de la educación: enfatizar la enseñanza de la lengua y de la historia, dos instrumentos sine qua non  para la construcción de ese espíritu nacional. Vemos que tras una breve ronda por el positivismo de “gobernar es poblar” de voces de la generación anterior, con esta mirada se retorna a todos los tópicos románticos: la búsqueda de la identidad, la recuperación de los orígenes, el folklore.

J- Todo eso que, por diversas causas, el romanticismo nacional -Echeverría, Alberdi, Sarmiento- no había podido incorporar sin problemas del romanticismo europeo.

M- Más tarde hablará  del espíritu indígena que la civilización debe salvar a través de la poesía. Dentro de esas coordenadas románticas la poesía es el medio más idóneo para inmortalizar una cultura. Y sin embargo, señalemos, que no hay en Rojas reacción alguna contra  la civilización  ni contra Europa a la que en verdad admira. Celebra la recepción de las ideas europeas pero que el argentino las haga suyas, que el inmigrante se haga profundamente argentino por su amor a la tierra, la lengua, la historia. La Historia, entonces, para resignificar el término “barbarie”; esto es lo interesante, esta inversión de la dicotomía. Porque gauchos y mestizos para Rojas no son barbarie, son los hacedores de la Independencia y del espíritu nacional.

J- Y así en Rojas la dicotomía empieza a desplazarse, reformularse e incluso invertirse. Allí donde antes se encontraba barbarie, ahora se encuentra la tradición, una reserva positiva de cultura nacional que la historia – uno de los elementos importantes en la propuesta educativa de Rojas- debe infiltrar en esta sociedad que hacia 1910 parece amenazada por la desintegración. La historia y la lengua son los dos elementos programáticos de la propuesta de Rojas hacia el Centenario. Hay que recordar aquí que La restauración nacionalista es un texto escrito por Rojas como un informe sobre educación encargado por el gobierno. La lengua, como la historia, es otro elemento capaz de restaurar la identidad nacional. Se trata de otro factor de homogeneización, de unificación, que permite agrupar una sociedad amenazada por la dispersión babélica.

M- Pero como decíamos, esta revisión de la historia  y de los términos, este culto de la tradición pensado en función de una unidad nacional no supone una reacción en contra del progreso. Restaurar la tradición no significa tampoco restaurar formas económicas, sociales o políticas que hoy han perimido como efecto necesario de la lógica civilizatoria. De lo que se trata es desviar el cauce por el que necesariamente se ha de desembocar en un “mercantilismo cosmopolita”. Este para Rojas es como una suerte de nueva barbarie contra la cual hay que actuar con energía creativa. Si bien reconoce que la inmigración y la creación de riqueza han roto la homogeneidad aldeana se lamenta de que no haya sido capaz de crear una heterogeneidad orgánica, esto es, ideas propias, instituciones, partidos, cultura. Por el contrario avanzamos en un proceso de desintegración social que fácilmente puede emparentarse con el caos primitivo. Pero al fin lo que me parece que hay que destacar en Rojas es que por primera vez se revierte el significado de la dicotomía sarmientina. Bárbaro no es el pasado, el interior, el gaucho sino la desembocadura de este camino del progreso material divorciado del desarrollo espiritual. Y más tarde también su profundo indigenismo, primera reivindicación indigenista, que lo lleva, en Eurindia,  a colocar lo indio por encima de lo europeo, de lo español.

J- Se ve que en Rojas no solo se invierte la dicotomía sarmientina  sino que empieza a visualizarse la necesidad de una síntesis de los términos. Porque, como decías, si bien se empieza a valorar positivamente la barbarie, tampoco hay una reacción en contra del progreso, de la modernización, de la civilización. La propuesta de esa feliz síntesis se desarrollará en Eurindia, título en que ya está inscripta la síntesis entre lo indiano y lo europeo, lo bárbaro y lo civilizado.

Pero por otro lado, si bien es seductor ese concepto de nueva barbarie, entendida como el resultado de un progreso meramente material, el viejo concepto adjudicado al gaucho o al indio no desaparece sino que se desplaza. A pesar de las pocas alusiones, en un texto más bien neutro como La restauración nacionalista, es el inmigrante quien pasa a ser ahora el nuevo bárbaro, aquel que hace de la ciudad el reino de un “mercantilismo cosmopolita”, aquel que rompe con la homogeneidad aldeana y parece amenazar con la desintegración social. Y sin embargo, hay que decir –vos misma decías antes- que en la época, los inmigrantes generan en efecto ideas, organizaciones, instituciones, partidos, y que todo ello habla en efecto de cierto deseo de organicidad.

M- Desde luego que se desplaza hacia el inmigrante, el representante quiérase o no del mercantilismo cosmopolita. Hasta podríamos decir que el proceso de inmigración masiva, la amenaza que encierra,  es el motivo que inspira su escritura. Pero esto es algo elíptico, Rojas no se pronuncia contra el inmigrante concreto, el aquí y ahora de la inmigración, sino más bien advirtiendo sobre el fenómeno potencial, las consecuencias y efectos posibles, aquello en que desembocará, como vos bien señalás, la amenaza de desintegración social  de la cual es posible que ya se sientan los síntomas. Sin embargo, Rojas nunca se expresa con términos xenófobos de rechazo hacia lo que es. Sus expresiones siempre se refieren a lo que puede advenir.

J- Por momentos las alusiones de Rojas a la inmigración son muy elípticas, y por otros no tanto. Coincido en que la actitud de Rojas ante el inmigrante no es reactiva: se trata, más bien, de una propuesta de integración. Pero el problema de la inmigración es en ciertos puntos un problema que Rojas siente acuciante en el presente en que escribe. Por ejemplo, aparece de un modo explícito y condensado en la propuesta de Rojas de que el Estado tome a su cargo y con exclusividad la educación: esa propuesta es una respuesta concreta al problema que para Rojas significa la proliferación de escuelas de inmigrantes, especialmente italianas, en que la lengua madre era la lengua extranjera.

M- Es verdad la preocupación de Rojas va por ahí por cuidar que estas nuevas inmigraciones no nos colonialicen. El tema para Rojas es qué hacer con las nuevas inmigraciones. En Blasón de plata recuerda que siempre las Indias recibieron pueblos que se mezclaron por tanto que estos nuevos no intenten italianizarnos o afrancesarnos. Y ya que a diferencia de las anteriores son individuales y pacíficas se han de diferenciar también en que son susceptibles de dirección intelectual. Haciendo referencia con orgullo al preámbulo de la Constitución lo considera la afirmación más generosa que pueblo alguno haya realizado a favor de todos los hombres: “credo escrito de política pacifista” y “economía de inmigración”. Sin embargo,  esto no significa –dice- que la Argentina haya de ser una sucursal de las naciones. Y finalmente termina Rojas invitando a venir a todos los hombres de los pueblos oprimidos y a los hombres “de todos los credos democráticos para fortalecer con su múltiple voz el canto argentino de los hombres libres”.

J- La propuesta de Rojas, entonces, es integrar, Que los inmigrantes se asimilen a la cultura histórica de este territorio que Rojas rastrea hasta los tiempos de la colonia, en el español y aun en el indio. Aquí encontramos un nuevo punto a discutir. Señalabas antes que Rojas termina por colocar lo indio por encima de lo europeo. Tendríamos que detenernos un poco más en esto y detectar sus matices y sus contradicciones. La cuestión es problemática, de modo semejante a lo que ocurría con Lugones: si se puede reivindicar al gaucho o al indio es porque en ese momento –para decirlo crudamente- están casi desaparecidos o desapareciendo.

 

M- Hasta donde yo he podido revisar en sus obras más indigenistas que son Blasón de plata y Eurindia creo que hay una sensible diferencia con Lugones. Éste en El payador describe un gaucho arquetípico con cualidades que -sean más o menos reales según el caso-  responden a una visión subjetiva del autor. Podríamos decir que Lugones arma un modelo con fines de demostración, para apuntalar una idea. En el caso de Rojas si bien también hay una intención oculta de sostener un programa, no hay el armado de un arquetipo sino un discurrir sobre el personaje a través de la historia, lo que hace Rojas es historiar, narrar, mostrar los personajes en acción por lo cual resulta más convincente.

 

J- Tal vez pueda ser discursivamente más convincente que Lugones. Pero aquí hay también una construcción en base a un programa. No se trata de un relato histórico que se podría contraponer al relato más fabuloso de Lugones. La historia para Rojas es una forma de relato emparentada a la epopeya y como tal en ella se trata de la construcción de mitos. Y mitos hay muchos en Blasón de plata. Para empezar: el encuentro entre el español y la india se construye míticamente como un encuentro amoroso, feliz y predestinado. Y así el relato de Rojas sublima la violencia de la Conquista.

 

M- En verdad hacer historia es siempre armar un relato, con un particular subrayado. La cuestión entonces es ver que es lo que se subraya y su indigenismo me parece bastante sincero, prueba de ello es lo que ocupa en su obra, prueba de ello es el título de una de ellas Eurindia. Por otra parte en su visión, el indio no es un ser destinado a desaparecer sino una presencia muy presente, no un pasado sino una actualidad. El mismo señala el error de pensar que la población indígena fue exterminada  porque ella fue la actora de las guerras de independencia.

 

J- De acuerdo respecto al reconocimiento de la actuación indígena en las guerras de la Independencia. Ello prueba que los indios sobrevivieron a la Conquista de los españoles. ¿Pero qué dice Rojas de la Conquista del Desierto?

 

M- En verdad, ni la menciona, hay muchas cosas que se soslayan, y se explaya en cambio, en las muchas causas sociales que explican la asimilación del español, donde, ya ahí te doy la razón, crea verdaderas ficciones: la enorme hospitalidad, la sumisión, el ser el indio hombre de paz. Pero luego agrega algo que me parece interesante: la enorme desproporción del número porque los indios eran muchos más -cuenta que por 4000 españoles que llegan de los cuales sobreviven 560 había 420000 indios. A diferencia de otras regiones del continente en Argentina en razón de la extensión del territorio y la variedad de razas ocurrió como en Roma que latinizó, llevó su cultura, leyes, idioma, a los pueblos sometidos pero no cambió la constitución de la raza debido a  la superioridad numérica de los sometidos. España trajo idioma, religión, armas, pero “el habitante local por lo mismo que se sometía indianizó al conquistador”. Prueba de ello es la influencia que el indio tuvo sobre la religión, el vestir -chiripá, poncho-, sobre las armas -boleadoras, lanzas, lazos-, con la montonera, los caudillos, los mitos, las leyendas, el folklore. Es aquí donde propone reemplazar la dicotomía civilización y barbarie por la de exotismo e indianismo. Porque lo bárbaro –dice- es lo extranjero y no puede serlo quien obra con el instinto de la patria, así fuera un instinto ciego. Y ya anuncia su próximo libro Eurindia cuyo título es síntesis de ambos términos y da cuenta, por cierto de su indigenismo.

 

J- Tiendo a pensar que el indigenismo de Rojas es más bien espiritual y cultural en todo caso, y que responde a una construcción mítica. Su reivindicación indigenista sigue sonándome parecida a la reivindicación criollista del gaucho en Lugones. Así como para Lugones el gaucho ha desaparecido pero sobrevive en la cultura, en ese monumento literario que es el Martín Fierro, el indio para Rojas parece ser una figura que persiste en el amplio registro de la cultura: en la religión, en las vestimentas, en ciertas prácticas y ciertos mitos, en el folklore.

Hay que destacar, de todos modos, el trabajo de Rojas sobre la dicotomía sarmientina. Al reemplazarla por la de exotismo e indianismo, la reformula e invierte la valoración. Pues ahora la civilización se define como lo exótico y supone un peligro, y en cambio la barbarie se define como indianismo y como tal supone el valor positivo de una tradición cultural acumulada progresivamente en la historia, así como el suelo de una cultura por venir.

 

 

Las multitudes, una amenaza.

 

M- Dentro de la corriente positivista hay que destacar sobretodo a Ramos Mejía y esto porque su libro Las multitudes argentinas aborda directa y especialmente el tema que nos ocupa. El libro es de 1899, poco después de que Le Bon publicara su Psicología de las masas (1895),  lo que ya habla de la preocupación por el tema en tiempos en que cada vez más se comienza a percibir el papel relevante de las multitudes. Ramos Mejía está muy influido por la obra de Le Bon; ambos escriben desde una mirada de biólogo aún cuando en su caso también adopte un rol de sociólogo- historiador y busque en la historia argentina ejemplos que puedan distinguir tipos según las épocas. En rasgos generales, siempre siguiendo a Le Bon dice que la multitud es un ser provisional constituido por elementos heterogéneos que por un momento, y convocados por una circunstancia especial, un hecho político o social, sienten una secreta tendencia a reunirse para sentir y actuar en común y se sueldan formando un ser distinto. El vínculo así creado es provisorio y desaparece cuando desaparece la causa que los congregó.

J- De algún modo, parece que lo que Ramos Mejía llama multitud es lo que Sarmiento antes llamaba montonera. La montonera era en Sarmiento una suerte de sociabilidad momentánea, casi ilusoria, de elementos desparramados por la inmensa extensión del terreno nacional, convocada por un hecho  político o social, y disuelta una vez desaparecida la causa de la unión. Es como si en el concepto de multitud Ramos Mejía, que sigue a Le Bon, universalizara el planteo de Sarmiento respecto de la montonera como la agrupación bárbara por excelencia. Y por ello la multitud se vuelve una nueva figura en Ramos Mejía para reformular y repensar uno de los polos de la dicotomía sarmientina: el de la barbarie.

M- Esa misma idea de encuentro momentáneo y fugaz la encontramos también en Weber cuando habla de la relación carismática, y alude al momento de excepcionalidad que vincula al líder con la masa. Con una diferencia, que Weber, por lo mismo que es un pensador que se lamenta de la burocratización de la política ve con simpatía esa relación y su riqueza está justamente en la capacidad de resolver momentos de excepción. Ramos Mejía, más bien crítico, pondrá el acento en los rasgos irracionales. De hecho agrega siguiendo de cerca a Le Bon dos componentes que contribuyen a la formación de una multitud: el contagio y la sugestibilidad, fenómenos estos por los cuales comienza a actuarse a nivel del inconsciente. En tal estado –aclara- no se puede esperar raciocinio sereno, todo es puro instinto, impulso vivo y agresivo, por momentos generoso y heroico pero las más primitivo y brutal. Los rasgos se van sumando, la  compara a la mujer: es impresionable, fogosa, apasionada como las mujeres, amantes de la sensación violenta, sensual, razona mal pero imagina mucho y deforme, poca inteligencia, precariedad moral. Por el hecho de pertenecer a la multitud el hombre desciende varios grados el nivel de civilización por lo cual resultan muy difícil de controlar.  Valga aclarar que por razones estéticas he ahorrado las comillas pero los términos son textuales.

J- Las multitudes, con toda su carga de irracionalidad, pueden ser difíciles de controlar, como decís, pero en el fondo para Ramos Mejía se controlan y deben controlarse. En este punto Ramos Mejía no solo reformula la noción de barbarie, sino asimismo otro problema asociado que ya aparecía en Sarmiento: la relación entre el caudillo y las masas que lo siguen. Al concepto de multitud en Ramos Mejía, le sigue otro igualmente importante, que es el de líder  al que te referías recién comentando la relación carismática  según Weber. De hecho, Las multitudes argentinas fue un texto pensado por Ramos Mejía como prólogo a un libro posterior, Rosas y su tiempo: el texto tomó ciertas dimensiones y terminó por publicarse en forma autónoma. Y si en Sarmiento el caudillo es una suerte de encarnación de la barbarie de las masas que representa en tanto gran hombre, en Ramos Mejía la cuestión se formula de modo diferente. Porque el líder es aquel que guarda cierta distancia, aquel que permanece en algún punto crítico y distante, aquel que no se contagia y no se asimila a los otros, y que por lo mismo puede darle una forma y una dirección a esas masas informes, que son pura vitalidad y puro desborde y están marcadas con el signo de la irracionalidad.

M- Y sin embargo, también con respecto a las masas, pese  a todas esas caracterizaciones negativas, Ramos Mejía se mueve en cierta ambigüedad, llegando a otorgar a la multitud cierto protagonismo. Más propensa a transformar una idea en acción, más propensas al heroísmo, se verá  durante la colonia que mientras  el aristócrata se desliza en su sueño suave y vive en reposo embrutecedor y estacionario, la clase baja se agita y se desenvuelve en la lucha, combate contra el indio, contra el señor; es el caso de las invasiones inglesas en que mientras los jefes se disponen cobardemente a la rendición es el empuje de los hombres anónimos lo que organiza la resistencia. Así las multitudes van desarrollando sus aptitudes, vigorizando su carácter y poco a poco sienten la necesidad de la independencia aunque sin embargo  -y aquí no concede- no como una aspiración del espíritu sino como una exigencia del temperamento.

J- En Ramos Mejía las masas se vuelven heroicas cuando son algo más que masas, según las definías antes. Son heroicas cuando transforman una idea en acción, o más precisamente cuando hay un ideal que las guía. En el planteo de Ramos Mejía persiste –una vez más- algo de lo que veíamos en Sarmiento: los gauchos, sublimados por el ejército y guiados por el ideal revolucionario, podían volverse heroicos generales. En este caso, se trata de las masas que se transforman guiadas por un ideal; así se soluciona por el momento el dilema de la dicotomía: la barbarie es guiada por la civilización y  las multitudes se vuelven heroicas.

M- Por lo que vemos que aún en el marco de una concepción de la multitud claramente asociada al polo de la barbarie, Ramos Mejía le reconoce un papel más activo y protagónico –aunque fuerza puramente física y no espiritual- que el de las clases dirigentes adormiladas por la rutina. Este papel se ha visto, y Ramos lo ha visualizado en sus recorridos históricos en eventos tales como las invasiones inglesas, las guerras de independencia y con cierta proyección los que puedan acontecer en el futuro en la que ya se anuncia como era de las masas.

J- Pero pese al  abordaje que hace de la historia de las multitudes, se hace evidente que su preocupación es del orden del presente y en todo caso del futuro. El problema para Ramos Mejía no es ya la multitud durante la colonia o durante las guerras civiles, sino las del momento que está viviendo. De hecho, tal vez todo su recorrido histórico viene a mostrarnos ese contraste: las multitudes gauchas y heroicas de la Revolución en contraste con las modernas que son las de los inmigrantes. 

M- Entramos al tema candente, acaso los motivos que impulsan su escritura, porque Ramos Mejía sabe y siente la amenaza de esas nuevas multitudes. Y nuevamente aparece la ambigüedad, la oscilación entre una visión negativa, casi apocalíptica del ser inmigrante y cierta esperanza,  que después de tantas críticas parece mera retórica, de su posible redención a través de la educación.

Pero veamos que nos dice del “ser inmigrante”, repasemos algunas de las expresiones. Desde que llegaron pasaron por varios estadios, peces, anfibios y mamíferos. Recién desembarcado es algo amorfo,  protoplasmático, celular, cualquiera lo supera en inteligencia. Cerebro burdo y acuoso, lento como el buey a cuyo lado ha vivido, miope en la agudeza psíquica, de torpe oído. Piel de paquidermo por las dificultades de conductor fisiológico.  Su estado de adelanto psíquico es larval  pero el medio opera maravillas en la plástica mansedumbre de su cerebro casi virgen. Somnoliento, lo despierta la locomotora pujante y el bullicio de la industria. También en este caso las expresiones –ahorradas las comillas- son textuales.

J- Hay una ambigüedad fundamental en el modo en que Ramos Mejía piensa a estas masas inmigratorias. Por un lado, como decías citando el lenguaje biologicista de Ramos Mejía, representan algo amorfo, protoplasmático, celular o larval. Con todo este arsenal retórico positivista Ramos Mejía quiere decir: los inmigrantes que llegan al país son primitivos, están poco determinados, poco formados, poco educados. Y en un punto para Ramos Mejía esto empieza por representar algo positivo: a esta masa es más fácil darle forma y dirección, nacionalizarla, asimilarla a la cultura local. Esta masa es despertada por el medio, que la forma: por el bullicio de la locomotora y de la industria. Pero, en seguida, a la visión “positiva” de las masas inmigrantes sigue una visión negativa que solo ve el peligro de la amenaza y la invasión.

M- Exacto, es un peligro porque lo inunda todo, calles, plazas, paseos. Iglesias, circos mercados, teatros de cuarta. Disponible para cualquier trabajo, hasta al gaucho ha desalojado y se lo ve a caballo- algo ridículo, por cierto.  Y sin embargo, hay algo de simpático, en ese ser  bonachón, “bueno y sencillo antes de dejar la larva de inmigrante para convertirse en el burgués áureo insoportable y voraz”. Y con respecto a sus metamorfosis: “La primera generación  es deforme y poco bella…. como la primera fundición del noble metal; su morfología no ha sido aún modificada por el cincel de la civilización. …En la segunda comienza a verse las correcciones que imprimen la vida civilizada y más culta, el cambio de nutrición y la influencia del aire”.

J- Allí, en ese pasaje, aparece para Ramos Mejía el peligro de la mezcla y  el problema del ascenso social de los inmigrantes. La segunda generación de inmigrantes, que sublima la deformidad y la fealdad de la anterior, corregida por la vida civilizada, puede infiltrarse en los ámbitos de la elite: puede asimilarse a ella, puede casarse con sus hijas, disputarle lugares. Aquí está el miedo que se encarna ya antes, paradigmáticamente, en En la sangre (1887) de Cambaceres: en esta novela en efecto la segunda generación de inmigrantes -encarnada en el personaje central, Genaro- escala posiciones, enamora a una hija de la elite criolla, la embaraza y se casa con ella. Y la representación, aunque ficcional, es tan positivista y biologicista como intenta serlo el texto de Ramos Mejía respecto de las multitudes inmigrantes: el problema, también para Cambaceres, está en la sangre.

M- Esta cuestión de la mezcla y del ascenso social se ve también cuando  Ramos Mejía distingue los tipos. Al lado de los leones existen animales pequeños que viven de sus restos y que para compensar su debilidad fueron provistos de la posibilidad de llegar adonde los grandes no llegan. A ese tipo sociológico pertenece el “guarango”. Tiene mal gusto, colores chillones, también en música. Lo compara al invertido sexual, éste un enfermo, el guarango, un primitivo, mendicante de cultura. Aun cuando devenga profesional se le siente el olorcillo picante de establo. Y otro tanto es el canalla que es el “guarango que ha trepado por la escalera del bien vestir o del dinero, pero con el alma llena todavía de atavismos”.

J- Con la descripción de los tipos aparece lo más duro y biologicista del rechazo de Ramos Mejía a los inmigrantes. Pero también con estos tipos la idea de multitud inmigrante, de algún modo, se diluye. Es como si el problema –o directamente la amenaza- para Ramos Mejía estuviera en que los inmigrantes dejaran de ser esa masa indiferenciada y susceptible de direccionamiento, y se dispersaran en tipos más particulares. Tipos que, como el canalla o luego más aun el burgués áureo, trepan por la escalera del bien vestir o del dinero. Tipos que se salen de la multitud y se infiltran, digamos, en lugares antes reservados a la elite.

M- Otro caso es el del “huaso”, un guarango de especie más grotesca; piel moral de paquidermo, que araña con su áspero roce. Y es verdad, la preocupación central es que lleguen a ocupar los lugares reservados, que se visibilicen. Es el motivo de toda discriminación, el miedo de las elites de perder sus privilegios, el miedo a la igualación.

 J- Habría que decir, por último, que en Ramos Mejía la barbarie deja de ser un problema cuando se le “infiltra” ideales y educación y se le limpia con el “cepillo de la cultura”. Como Rojas encuentra en la educación el medio más idóneo para transformar a ese ser rudo y primitivo que es el inmigrante en un ciudadano. Como Rojas también, la enseñanza de la historia va a ser central en vistas a generar cierta conciencia nacional. No casualmente Ramos Mejía fue presidente del Consejo Nacional de la Educación, en la misma época en que Rojas redactaba a pedido del gobierno ese informe sobre educación, La restauración nacionalista, que antes comentamos.

M- Como decía antes no me parece del todo sincera esa esperanza puesta en la educación. Porque en verdad lo que se  instala en su discurso es una verdadera paradoja: por una parte parece confiar en la educación como una salida pero por otra teme precisamente una  posible igualación que ésta haría posible. No es otra la causa, creo, que lo lleva a ridiculizar con esa tipificación un tanto denigrante a los nuevos inmigrantes y sus metamorfosis. 

Irrupción de las masas,  la “chusma radical”.

 

M- Entramos a otro período cuyo inicio podríamos ubicar en 1912 con la Ley de Sufragio Universal pero cuyo momento cumbre se da cuatro años más tarde con el ascenso de Irigoyen, hecho que la oligarquía va a considerar el comienzo de la degradación debido a la irrupción de las masas. El espanto radicaba en esto último ya que en lo económico se continuaba con el modelo agroexportador. La cuestión era lo político donde el discurso se fundía con la ética, donde comenzaba a hablarse de inclusión, reparación. No es que se desplazara la idea de progreso y república liberal sino que se buscaba asociarla con democracia.  La tarea no era fácil;  las críticas y las trabas vendrán tanto de la oligarquía desplazada, como de los grupos nacionalistas, como del movimiento obrero.  Por un lado se habla del peligro de revolución social, por el otro se ataca la política social que oscila entra las concesiones y la represión -Semana trágica y Patagonia rebelde-. Pero desde todos los flancos se apuntará contra la irrupción de las masas sobre las que se concentran todos los atributos negativos: salvajismo, ignorancia, inferioridad racial; algo más tarde se impondrá la fórmula “cuestiones de estilo”, otra lectura  de la barbarie que también funcionará como discurso de exclusión.

J- Todo este rechazo de las masas que aparecen en escena estaba ya, según vimos, en la obra de Ramos Mejía. Ahora, con el ascenso de Irigoyen y el radicalismo, esta reacción parece extremarse y endurecerse cada vez más, ¿verdad?

M- Por cierto que se va extremando a medida que crece la visibilización  de las masas, pero marquemos, sin embargo, una diferencia. El nacionalismo de principios de siglo pone en primer plano el tema de la tradición como elemento  de cohesión social para contrarrestar los efectos del gran flujo inmigratorio. Bajo la influencia del arielismo comporta una visión idealista de la cultura hispanoamericana como modelo de elevación espiritual en contraposición a la cultura  norteamericana signada por el utilitarismo. El nacionalismo que aparece a fines de los 20 y se extiende a la década del 30 o 40 tenía otro sentido. Se divide en dos corrientes una elitista que busca establecer un nuevo orden basado en la jerarquía pero ataca tanto la mediocridad de las masas como el conformismo burgués, y otra de corte más popular que tiene sus precursores antiimperialistas en la década del 20 pero que encontrará su expresión democrática a partir de los 30 en los intelectuales de Forja.

J- Hasta la caída de Irigoyen el nacionalismo parece tener mayormente un signo reaccionario y coincide con la oligarquía conservadora. Pero no solo con ella: también coincide en ciertos puntos con el socialismo, en su rechazo del carácter populachero del gobierno. Hay aquí un frente común muy heterogéneo que lanza sus dardos contra Irigoyen y las fuerzas políticas y sociales que representa.

M- Un frente que abarca a toda la oposición y cuyas críticas van a canalizarse en el lenguaje a través de expresiones como “cuestiones de estilo”, con lo que se alude a la oposición entre el estilo aristocrático y  la  vulgaridad de las masas. En verdad, esto no es más que el lado visible del temor que invade a estas clases de una posible agitación proletaria. Se hablaba del efecto perverso del sufragio universal y se ponía en tela de juicio al sistema democrático. Tanto para liberales como para nacionalistas el polo “civilización” es resignificado, deja de estar asociado a “modernidad” para asociarse a autoridad, jerarquía, orden. Comienza en consecuencia una campaña sin tregua que combina el desprecio de lo popular con los prejuicios raciales. Se reflota  el lenguaje y las tesis del positivismo de Ramos Mejía acopiando cantidad de expresiones discriminatorias que insisten en acusar inferioridad étnica: la vuelta del malón, esencia del candombe, mentalidad negroide, mulataje, toldería chusma, los que no superan las zonas zoológicas, triunfo de la cantidad sobre la calidad, de lo gregario sobre lo selecto,  de la materia sobre el espíritu.

J- Es como si el lenguaje biologicista y las tipologías de Ramos Mejía se hubieran generalizado y ahora permearan el lenguaje de todo el campo conservador, para pensar y nombrar esas masas que surgen con Irigoyen. Es interesante también, en paralelo a esto, la resignificación y el giro que se le da al término “civilización”: pierde el dinamismo modernizador que tenía en las primeras versiones de Sarmiento y desde el frente  conservador se reformula en términos de orden y autoridad,

M- Pero, ojo, porque el campo socialista no queda exento del uso y abuso de esa retórica antipopular. Desde su diario la Vanguardia se explica el triunfo radical por la ignorancia de las masas. Paradójica pero consecuentemente, en lugar de hablar de lucha de clases se insiste en los “males latinoamericanos” donde se deja traslucir el desprecio por lo indígena y lo popular por ser ambos el reino de lo irracional.

J- Y así en todo el campo opositor se instala la idea de una distancia infranqueable entre ambos polos, que en tanto se deriva de una supuesta inferioridad racial aleja cada vez más la posibilidad de una salida de la barbarie, cayendo en el discurso de la exclusión.

M- Pero luego a partir del 31 con la restauración conservadora los nacionalistas que se sienten traicionados comienzan a distanciarse. Se suma como decíamos un nuevo grupo, nacido de los radicales disidentes de Forja, aportando la novedad de un lenguaje de tono antiimperialista. Ambas tendencias consideran a la historia como un arma política del presente, por lo tanto van a incursionar en el revisionismo histórico cuyas dos premisas son la inversión de la dicotomía sarmientina desde la cual se asume la defensa de Rosas y los caudillos, y la denuncia de la connivencia de la oligarquía con los intereses británicos. La diferencia entre ambos es que el viejo nacionalismo de derecha –Ernesto Palacios, los hermanos Irazusta- es antiliberal en lo político, o sea antidemocrático y aristocratizante,  mientras que el nacionalismo nacido de Forja, más de izquierda – Jauretche, Manzi, Scalabrini Ortiz- es antiliberal en lo económico y popular en lo político.

J- Hacia las década del 20 y del 30 el nacionalismo parece impregnar todo el campo intelectual. Se da incluso en la incipiente vanguardia literaria nucleada alrededor de la revista Martín Fierro, que tiene desde ya un nombre bastante particular para titular una revista de vanguardia. Las primeras obras de Borges, asociado por esos años a los martinfierristas,  son un caso paradigmático para pensar esta alianza entre vanguardismo y nacionalismo en la década del 20: también él está proponiendo, en libros como Fervor de Buenos Aires o Evaristo Carriego, por aquellos años poblar la ciudad de Buenos Aires de mitos, de fantasmas y de tradición, como forma de exorcizar el fantasma siempre recurrente de la desintegración social,. Allí recoge los temas del gaucho, el caudillo, el compadrito, el coraje, las orillas -es decir, la tradición- por medio de formas vanguardistas ultraístas. La ya famosa polémica entre Florida y Boedo podría incluso pensarse desde el fenómeno de este nacionalismo que se expande por toda la intelectualidad dela época. En el fondo, por momentos, la disputa se revela como una disputa entre nacionalistas e inmigrantes. Del lado de Florida y en la misma revista Martín Fierro salen, hacia el otro bando, chistes e injurias respecto de los nombres italianos de sus rivales del lado Boedo: Castelnuovo, Mariani, Barletta. Luego de la dispersión de la empresa martinfierrista, algunos de sus integrantes se nuclean en la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo desde 1931.

 

M- Y esta revista va a ser paradigma de lo que se llama coloniaje cultural; tuvo  fama de ser el espacio privilegiado de importación cultural europea.  Su extremo grado de europeísmo se revela en el hecho de que explícitamente se proponía descubrir América no desde el aquí y lo propio sino desde la mirada europea que consideraba más sabia y apta para interpretarnos y enseñarnos sobre nosotros mismos Prueba de ello es la oleada de viajeros Ortega y Gasset, Keyserling, etc que llegaban a estas tierras y en el marco de la moda conferencista discurrían  y sentenciaban sobre el ser argentino.  Se hablaba por entonces de que América suscitaba una nostalgia de lo que no se es. Entiéndase por ello esa extraña añoranza que suele surgir en intelectuales americanos  luego de un contacto intenso e idealizado con Europa. Hay que señalar al respecto que Victoria Ocampo descubre América regresando de Europa y entrando por Panamá.

 

Sin embargo hay que reconocer que otras eran las motivaciones de Waldo Frank que fue quien precisamente propuso a Victoria la creación de la revista. Era un intelectual de izquierda comprometido, vinculado con el PC norteamericano, cuyos escritos políticos tenían como principal objetivo, la defensa de los oprimidos. Buen interlocutor para los representantes de la alta y baja cultura se diferenciaba de los intelectuales que nos interpretaban desde afuera en que quería hacerlo desde dentro, identificándose, mimetizándose.  Por eso mismo no demora en disentir con el rumbo que va tomando  la revista y se propone revertirlo y atraer a Victoria a su causa, convertirla para que descubra el ser americano.  Le recomienda ponerse en contacto con escritores peruanos, cubanos o mexicanos. La idea es americanizar a la editora  y generar una trama de intelectuales de izquierda y raigambre americana que pusiera fin al aislamiento de Argentina del resto de América. Está convencido que esto es posible a través de la revista pero finalmente no lo logra y la revista seguirá siendo como la conocemos hoy día expresión del europeísmo  más extremo.

 

 

Dos ensayos de interpretación nacional

 

J- En el 31 no sólo arranca la revista Sur. Otro hecho importante en el campo intelectual es que a partir de la restauración oligárquica se rompe la coincidencia entre conservadores y nacionalistas. Entonces los intelectuales dejan de ser intelectuales orgánicos y comienzan a surgir voces aisladas, algo más personales. La redefinición del lugar de la civilización se vuelve entonces una tarea cada vez más difícil. Sin embargo, las respuestas no escasean: las hay de carácter nostálgico buscando en el pasado, las hay que invierten la imagen sarmientina.

M- Y en este contexto de voces más personales surge el llamado ensayo de identidad del que tomaremos dos ejemplos paradigmáticos, Radiografía de la pampa de Martínez Estrada que refleja una visión escéptica y pesimista y  El hombre que está solo y espera de Scalabrini Ortiz que enmarcado  en una concepción progresista de la historia,  trae casi por primera vez una mirada positiva de la fusión del elemento nativo con el extranjero.

La barbarie como destino

Comencemos con Martínez Estrada, ya hemos hablado de él  y  volveremos a hacerlo ya que se trata de un escritor que atraviesa varios períodos claves. Radiografía de la pampa de 1933 es el libro con el que comienza su carrera ensayística. Junto con La cabeza de Goliat del 40 forman las dos caras de una medalla, la de su tesis lisa y llana que no es más que una radicalización de la tesis sarmientina: campo y ciudad, civilización y barbarie son una misma cosa, es lo que Sarmiento no pudo ver.

J- Es cierto: Martínez Estrada se entronca muy conscientemente en esa tradición sarmientina. Muchos de sus textos se centran en la figura de Sarmiento y en otros se pueden encontrar numerosos ecos. Radiografía de la pampa trabaja a partir del determinismo geográfico que se encontraba ya en Facundo, así como con la galería de tipos que construía Sarmiento a partir de esa determinación de la tierra. A los tipos del baqueano, el rastreador, el gaucho malo y el gaucho cantor, Martínez Estrada suma y actualiza –hacia 1933- los del guapo, el compadre y el guarango. Pero tal vez aquello que Martínez Estrada hace con la tesis sarmientina no es precisamente radicalizarla, sino corregirla. Martínez Estrada dice que Sarmiento no vio, que no pudo ver, que debió ver que civilización y barbarie eran lo mismo, que la barbarie no podía ser aniquilada, que reaparecería una y otra vez bajo las precarias y aparentes formas de civilización en América. Martínez Estrada trabaja con la misma antinomia sarmientina, pero en un tono de escepticismo que no estaba en el Sarmiento del Facundo. Sí tal vez en el último Sarmiento, el de la década del 80, más cercano al positivismo.

M- Concuerdo con vos se trata de una corrección pero que encierra al mismo tiempo una radicalización. El psicólogo social, que así se autodefine, se abisma en las entrañas de la ciudad y la campaña para descubrir esta verdad única y simple de que todo es barbarie. Para ello reactivando los viejos estereotipos del positivismo decimonónico hablará de cuerpo enfermo, de cabeza que succiona la sangre, de soledad, de miedo, miedo a la geografía hecha destino.

J- Esa perspectiva médica, positivista, se encuentra ya en el título de este primer ensayo de interpretación nacional que es Radiografía de la pampa. Para Martínez Estrada se trata de hacer un diagnóstico del país, a partir de una radiografía. Y así el país vuelve a ser pensado, como en Sarmiento, a partir del problema de esta tierra que es la pampa: el problema vuelve a ser ahora para Martínez Estrada este cuerpo político y social en cuyas entrañas asoma permanentemente el desierto.

M- Y así la barbarie expandida no deja lugar a lo otro, deviene entidad metafísica pensada no en el proceso de su devenir histórico sino como sustancia inerte o atributo permanente de un pueblo. Martínez Estrada es uno entre tantos de los intelectuales que prefieren acomodar la realidad a sus estrechos esquemas antes que ahondar en las circunstancias y condicionamientos históricos que jalonan la historia de un pueblo.

J- Recordemos que algo de ese esquematismo ya lo encontrábamos en Sarmiento. Ambos operan con un cierto a priori desde que operan con la antinomia civilización y barbarie y en Martínez Estrada –como decías- esto parece radicalizarse.

M- Por eso para su mirada predeterminada es lo mismo Irigoyen que Uriburu y así, en esas expresiones-extracto resume el ascenso de un demócrata elegido en las urnas y el golpe de Estado de un dictador. Ambos sucesos le hacen el mismo ruido y es esa equívoca asociación la que lo lleva, según su propio relato de las circunstancias que lo llevaron a escribir su primer ensayo, al gran descubrimiento de que todo es barbarie.

J- Y como Irigoyen y Uriburu, lo mismo será más tarde Perón para esta mirada: un reflujo de barbarie. Tal vez Martínez Estrada no niegue el devenir histórico, como planteabas antes, pero seguro que no está pensando en una historia lineal sino más bien en una historia circular. Una permanente repetición de lo mismo. Algo que está en el origen y que constantemente vuelve. Como el sueño de Trapalanda de los primeros españoles que vienen a América y en seguida la desilusión al llegar, como la violación de la india por el blanco, como el miedo a las fuerzas de la naturaleza, el aislamiento, la soledad. Todo eso que está en el origen, permanentemente reprimido, vuelve siempre a la superficie para Martínez Estrada. De allí su profundo escepticismo.

M- Por supuesto que hay una concepción circular de la historia cosa que me parece que siempre va asociada a una mirada escéptica y fatalista, pero sobre eso volveremos.

El hombre gigantesco

El otro texto paradigmático es el de Scalabrini Ortiz, forjista, revisionista, nacionalista de izquierda, de tono claramente antiimperialista. El hombre que está solo y espera (1931) enfoca en el tema de época, el ser nacional, ahora simbolizado en el hombre de una esquina. Como primera aproximación hay que señalar una diferencia sustancial con lo que por entonces  era una moda, esa tendencia a  pensar  el ser argentino no a partir de lo que se es sino de lo que no se es, de lo que se carece,  de la nostalgia de algo que nunca fue.

 

J- Y hay que señalar que Scalabrini Ortiz venía de la experiencia del grupo martinfierrista y de su posterior dispersión. Pero que no deriva de allí a la revista Sur y con ella a ese pensar el ser argentino desde la nostalgia de algo que nunca fue sino que pasa a formar parte por entonces del grupo Forja…..

 

M- …. que era como la contracara, agrupación donde comienza a forjarse un nacionalismo de izquierda que comienza a pensar lo argentino desde aquí, desde nosotros. Y acaso por primera vez nos encontramos con un discurso positivo, que parte,  como decía, de lo que realmente somos. No se trata de un lamento sino de una exaltación, capaz de hacer del vicio virtud. En todo caso se trata de una reinterpretación de los valores, acaso de una transvaloración. El hombre de Corrientes y Esmeralda, que es el porteño, que es el criollo, que es el argentino, hombre en el que van a desembocar todos los hombres como afluentes de un gran río, “centro de la cuenca hidrográfica, comercial, sentimental y espiritual que se llama República Argentina”; a quien todo afluye; de quien todo emana, centro de convergencia de cuatro razas, este hombre es definido en sus atributos en una insistente contrastación con el europeo de la cual siempre sale victorioso. Inteligencia intuitiva, útil para los casos inesperados, es el hombre del pálpito que sabe salir de apuros, por su ingenio y astucia a diferencia del “viejo europeo maduro y de experiencias pero mal preparado para el aislamiento”. La valoración de los términos de la dicotomía aparece invertida.

 

J- Allí donde Martínez Estrada veía el mal, en Buenos Aires, en esa cabeza desproporcionada que succiona toda la sangre del cuerpo débil del país, Scalabrini percibe algo positivo: el hombre de Corrientes y Esmeralda es aquel a quien todo afluye y de quien todo emana, pensando allí la riqueza material y espiritual del país. Frente al escepticismo de Martínez Estrada, en Scalabrini Ortíz hay una afirmación consciente del valor de lo propio.

 

M- La diferencia respecto a las tantas miradas desesperanzadas es la fe, la valoración del creer y como dice en el epígrafe de la obra: “Atreverse a erigir en creencias los sentimientos arraigados en cada uno, (…) he allí todo el arte de la vida. La creencia madre es el “espíritu de la tierra” que hay que imaginar como “un hombre gigantesco que se nutrió y creció con el aporte inmigratorio devorando y asimilando millones de españoles, de italianos, de ingleses, de franceses, sin dejar de ser nunca idéntico a sí mismo”. Un hombre que sabe dónde va y que quiere y cuya grandeza se asemeja a la muchedumbre.

 

La patas en la fuente.

M- Con Perón nos encontramos con una situación de ruptura, algo absolutamente novedoso, nos encontramos con el populismo. Hablemos entonces de “populismo” noción que supone una lectura nueva de lo social y por tanto de la dicotomía que nos ocupa.

J- ¿Por qué acá habría algo absolutamente novedoso? ¿No había ya populismo, en Irigoyen y todo lo que suscitó?

M- No, hay una diferencia fundamental de la cual ya hablaremos pero comencemos con  la situación previa al acceso de Perón al poder. Toda la década del 30 se ha venido dando todo un proceso de modernización consistente en creciente sustitución de importaciones, fuerte flujo de migración interna y la conformación de un nuevo proletariado industrial muy heterogéneo, todo ello acompañado de una acentuada crisis del sistema oligárquico. Podemos preguntarnos qué rol viene a cumplir Perón en este panorama o bien cómo en ese contexto surge el populismo, y encontramos que a la inversa de los regímenes oligárquicos que frente al peligro de la movilización social actuaban con más represión, Perón entiende que para evitar la contienda social es preciso incentivar las transformaciones y comienza a activar políticas sociales que guiadas por los principios de justicia social y dignidad apuntan a satisfacer demandas insatisfechas. Pero más allá de este objetivo de reparación y atención a las demandas postergadas de lo que se trata es de constituir un pueblo, esto es hacer de esa masa heterogénea e inorgánica un sujeto colectivo, crear un sentimiento de pertenencia, crear una identidad. Esto se va a lograr sumando a todo ese proceso de reparación y ampliación de derechos que se fue desarrollando  a lo largo de ambos gobiernos, una efectiva relación líder-masa donde toma peso la modalidad de interpelación directa del discurso peronista, donde de alguna manera se va haciendo letra con una serie de dicotomías nuevas pero vinculadas asociativamente con la ya clásica sarmientina. La cuestión entonces es la creación de un pueblo, de la sustancia de lo popular, como resultado de una relación de acción recíproca de interpelación-participación, una tarea siempre por hacerse, siempre inacabada. Ya vamos viendo entonces la diferencia: Irigoyen llega al poder a través de las urnas y todo comienza allí, es el triunfo de la democracia y sus instituciones. En el caso de Perón ya hay una relación de líder-masa previa a la asunción del poder. El 17 de octubre marca un momento clave de reconocimiento del líder, del triunfo por aclamación y a partir de ello continúa un proceso ya iniciado.

J- El concepto de populismo que estás manejando es muy interesante. Pero pregunto: ¿en todo populismo está siempre ese intento de constituir un pueblo, un sentimiento de pertenencia e identidad?

M- Exactamente, pero hay otras cosas; veamos entonces como se articula el discurso de Perón como lugar en que se va conformando ese “sujeto- pueblo”. Este comporta una lectura de lo social que conlleva una interpretación de la imagen sarmientina con dos rasgos novedosos. Asume por un lado el carácter de bárbaro para el campo de lo popular pero le da al mismo tiempo un sentido positivo. En principio como corresponde a todo proceso populista que busca constituir el sujeto colectivo, se divide a la sociedad en dos campos. Dice Perón que hay dos tipos de personas los que trabajan y los que viven de los que trabajan. Esta será la primera subdivisión que se irá consolidando a través de diferentes expresiones.  Además el asumir el carácter de barbarie para lo popular, no significa el estancamiento en un estado larval porque la tarea de mayor urgencia será la de educar al pueblo, en eso consiste precisamente la conversión de la masa inorgánica en masa orgánica, condición indispensable en un momento histórico en que ha de volverse protagónica; esa es la tarea del líder, del conductor, guiar la toma de conciencia para que el postergado ocupe el centro de la escena.

A esta primera división en dos polos del espacio social se va agregando -como decía- una serie de enunciados dicotómicos de valores casi equivalentes: pueblo versus oligarquía, versus antipueblo, o antipatria, o antinacional, o extranjerizante, etc. Poco a poco el adversario devendrá privado de toda positividad, es la pura oposición sin otro fin que la oposición misma, lo otro absoluto, lo que no puede entrar en la categoría de lo argentino y de este modo el pueblo va definiendo su identidad a partir de la constitución de dos polos antagónicos.

J- Algo de todo este discurso que instala Perón se capta –distorsionado y exagerado- en “La fiesta del monstruo” de Bustos Domecq, pseudónimo como sabemos de Borges y Bioy Casares. El relato narra, en la voz de un personaje que es un manifestante peronista, un viaje desde los suburbios al centro de la ciudad, para asistir a ese acto político que se nombra aquí y se representa como la fiesta del monstruo. Y allí, precisamente, lo que aparece como distinto del personaje y narrador peronista aparece como lo otro, lo extranjero, lo que no es argentino y por tanto lo que debe ser exterminado. Si por la época la oposición al peronismo lee en serie los fenómenos del nazismo y del peronismo, se entiende entonces que “La fiesta del monstruo”, en esa misma línea de lectura, concluya con la escena del asesinato de un estudiante judío por los manifestantes peronistas: estudiante judío que está diferenciado por sus ropas, por los libros que porta bajo el brazo e incluso por “su lengua”. Pero aun con el arsenal de artificios e hipérboles que lo constituyen, el relato de Borges y Bioy capta las claves de un discurso, el de Perón, que se instala como decías produciendo una serie de oposiciones. Y lo que es más interesante, claro: de uno y otro lado se vuelve a retomar la dicotomía sarmientina para pensar un momento histórico.

M- Sí, este es un buen ejemplo ilustrativo de esa separación tajante. Lo  interesante es que desde el campo adversario también se va a producir una suerte de inversión. Bajo la forma de otro dilema y expresada en términos de “democracia versus totalitarismo”, se reclama el retorno a las instituciones democráticas. Esto significa un cambio radical de lectura de la realidad ya que en tiempos de Irigoyen la democracia era vista como una amenaza de caos y disolución social.  Esta exigencia resulta tanto más paradójica en cuanto Perón, en razón de una diferenciación entre democracia real y la pura apariencia de democracia, se consideraba más democrático que sus adversarios.

J- Como decís, también en el campo adversario se reformula la dicotomía sarmientina instalándola una vez más en escena. Y nuevamente “La fiesta del monstruo” de Borges y Bioy es un ejemplo paradigmático de esta reformulación. El texto no solo reasume la dicotomía para producir, al modo de Sarmiento, un panfleto político-literario, sino que para ello reescribe dos textos con los cuales de alguna manera el Facundo de Sarmiento hace serie: “El matadero” de Echeverría y “La refalosa” de Ascasubi. El texto se inicia de hecho con una cita del poema de Ascasubi (“Aquí empieza su aflición”) y de él adopta una voz, un tono, un modo de enunciar. Como en “La refalosa” también aquí se cede todo el espacio del texto a la voz del adversario: a esa voz se le encarga la tarea de testimoniar su propia abyección. El texto de Borges y Bioy narra, a la manera de “La refalosa”, lo que se encuentra narrado en la escena nuclear de “El matadero” de Echeverría: la tortura, la violación y el asesinato del joven unitario por los matarifes federales. Para enunciarlo en los términos de la dicotomía, se trata del asesinato del hombre civilizado por los hombres bárbaros. Y nuevamente como el joven unitario del relato de Echeverría, el estudiante judío que es asesinado al final de “La fiesta del monstruo” lleva en su cuerpo todos los signos de la cultura.

M- Lo que destaca aquí es el valor de la imágenes, el peso persuasivo que se le da a los símbolos que es también una manera de reforzar los esquemas, toda la fuerza persuasiva puesta al servicio de la causa antipopular, y de paso dar miedo. Lo sorprendente es hallarlo en un escritor como Borges caracterizado más bien por la fina ironía, por la riqueza y sutileza en la pintura de sus personajes. Pero, en fin, recordemos que el cuento fue escrito bajo seudónimo, que no fue incluido en sus obras completas; acaso provocaba en el autor cierto sentimiento de vergüenza, acaso el padre no quería  reconocer al hijo.

Pero volvamos al panorama socio-polìtico. A partir del 45 la oposición al peronismo se organiza en la Unión Democrática, especie de rejunte de todos los restos –oligárquico, comunista, socialista, radical, así como la Unión industrial y la Sociedad rural- en el lugar de lo otro.  Derecha,  izquierda liberal y corporaciones coinciden en la estigmatización primero de las políticas sociales de Perón, luego del gobierno populista en el que ven dibujado el fantasma del fascismo. Toda la realidad argentina se interpreta en clave europea: Perón es asociado a Mussolini o Hitler y en el pueblo movilizado en la plaza del 17 toma forma el fantasma de la barbarie. Se habla de aluvión zoológico, lumpenproletariado, cabecitas negras, descamisados, masas nazifascista, hordas de desclasados, barbarie residual, la gente decente espantada por “las patas en la fuente”. En una mirada retrospectiva se traza una línea de continuidad que va de Rosas pasando por Irigoyen hasta Perón.

J- Ese “aluvión zoológico” de cabecitas negras y descamisados es lo que en efecto narra “La fiesta del monstruo” en el viaje de los manifestantes peronistas desde los suburbios hacia el centro de la ciudad: se trata, una vez más, de la penetración de lo suburbano en lo urbano, de la barbarie en la civilización. Y esa penetración se representa ahora bajo la forma de una invasión.

M- Es la misma invasión que angustia a Martínez Estrada cuando habla de los yuyos, el pasto que invade a la ciudad escurriéndose entre los adoquines, la barbarie como sustancia única que lo atraviesa todo.

J- Y la línea histórica que se traza entonces, la línea Rosas-Perón, es la que se traza asimismo en el  cuento de Borges y Bioy. Porque al reescribir –para enfrentarse a su propio presente- textos como los que Ascasubi y Echeverría esgrimen como armas frente al régimen rosista, implícitamente se está trazando una línea que va de Rosas a Perón. Y que ve tanto en Rosas como en Perón la instalación de una suerte de dictadura populista, que se asocia rápidamente con el nazismo. No por nada el estudiante sacrificado en el final de “La fiesta del monstruo”, como señalábamos antes, es un estudiante judío.

M- Aquí reaparecen algunos personajes que son ellos mismos símbolo vivo de una obstinación. Martínez Estrada que había asociado por sus efectos el ascenso de Irigoyen y la asonada de Uriburu, vuelve a cometer otra ingeniosa  asociación y habla de la turba, el populacho, los resentidos. Martínez Estrada vuelve a las imágenes del positivismo del siglo XIX mezclado con las del pesimismo liberal; habla de masa amorfa, horda silenciosa, los vencidos de Caseros, los siniestros demonios de Sarmiento que no han perecido, barbarie residual. Son las mismas diatribas de sus obras anteriores ahora totalmente consagradas al peronismo y concentradas en una suerte de panfleto ¿Qué es esto? del cual ya hemos hablado en un capítulo anterior

J- Y así Martínez Estrada vuelve a concebir la historia bajo una forma circular: la eterna repetición de lo mismo, la vuelta permanente de la barbarie oculta, olvidada, reprimida. Barbarie residual, entonces, pero asimismo sustancial: el fondo esencial de la vida argentina. El 17 de Octubre, para Martínez Estrada, vuelven los vencidos en Caseros, los siniestros demonios de la llanura que Sarmiento describe en el Facundo. Y vuelven “con sus cuchillos de matarifes en la cintura”, dice Martínez Estrada. Esa vuelta se percibe otra vez como invasión: “El 17 de Octubre Perón volcó en las calles de Buenos Aires un sedimento social que nadie habría reconocido. Parecía una invasión de gentes de otro país, hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos, y sin embargo eran parte del pueblo argentino, del pueblo del Himno. Porque había ocurrido que, hasta entonces, habíamos vivido extraños a parte de la familia que integraba ese pueblo, ese bajo pueblo, ese miserable pueblo”. El 17 de Octubre es representado entonces en ¿Qué es esto? como invasión de lo extraño y a la vez como vuelta de la barbarie que es el fondo común de todo. Se trata, para Martínez Estrada, de un sentimiento muy cercano al que Freud describe como el de lo siniestro: algo muy familiar reaparece y vuelve ahora irreconocible, extraño, perturbador. 

M- Y lo mismo ocurre con comunistas y socialistas. Desde una posición que podríamos calificar de socialismo elitista se niegan a ver ningún tipo de vínculo entre la vida del movimiento obrero y el peronismo;  consideran que éste es un fenómeno de manipulación de esas masas y sus bases, una masa de desclasados y marginales. El PC habla  de malón peronista, necesidad de higienización democrática y clarificación política; los socialistas introducen el tema del resentimiento, un rasgo  que por doquier será atribuido a Evita y por extensión a los que ella llamará sus queridos descamisados. En Alpargatas y libros en la historia argentina dice Ghioldi: “En los bajíos (…) de la sociedad hay (…) dolor, ignorancia, infelicidad, resentimiento (…) que se desborda en la calle, amenaza, vocifera, atropella, asalta (…), persigue en su furia demoníaca”. Aquí la figura del desclasado parece vincularse con la de Calibán, el personaje de Retamar, contracara del Ariel de Rodó. Ambas figuras extraídas de La tempestad de Shakespeare componen alegóricamente la oposición de dos principios: barbarie y civilización, el primero representando las fuerzas oscuras y primitivas, impresentables, el segundo las formas adecentadas de la luz y la razón. Hay que pensar que los socialistas de raíz positivista son los herederos de la tradición sarmientina liberal y por lo mismo bastante incapaces de comprender los fenómenos de masa frente a los cuales, temerosos adoptan poses semejantes  a la de las elites conservadoras.

Pero pese al divorcio entre intelectuales y peronistas hecho de manifiesto en la conocida consigna de “Alpargatas sí, libros no”, un considerable número de intelectuales comienza a conglomerarse en torno al ideario peronista. Ellos provienen del nuevo revisionismo surgido de Forja, agrupación que precisamente en el 45 desaparece como tal para sumarse a las huestes peronistas. El resultado es una fructífera combinación de revisionismo, forjismo, peronismo, antiimperialismo  e izquierda nacional. Lo común  a todos ellos es el leer la antinomia de civilización y barbarie en términos que por una parte invierten la valoración haciendo de la barbarie-pueblo el polo positivo, y por otro conciben a éste,  por su vocación de independencia, como el verdadero sujeto de la historia. En suma reconocen al peronismo haber captado la verdadera antinomia: la oposición entre democracia formal o aparente y democracia real en tanto presencia activa y protagonismo del pueblo.

Denunciando nuestras zonceras.

M- En el caso de Jauretche el tema se vincula con la construcción de un pensamiento nacional entendido como  pensamiento desde un lugar, “desde el país y para el país” que supone un sentimiento de pertenencia y amor a lo propio. Sólo desde ese punto de mira de hombre de una patria, se puede ver y se puede comprender aspectos no perceptibles para ojos extraños se trate de un extranjerismo real o de una mentalidad extranjerizante. Digamos que este es el núcleo del discurso de Jauretche quien ha sabido lanzar sus dardos a derecha e izquierda de la intelectualidad argentina a la que apodaba de “intelligentzia”, la misma que a su vez le respondió con calificativos de antiintelectual y marginación de la academia.

J-La posición de Jauretche es polémica y hay que entenderla en un contexto cultural determinado. Principalmente, el de los intelectuales nucleados en la revista Sur, muy pegados según vimos a las visiones extranjeras de lo nacional, con las visitas de Waldo Frank, Ortega y Gasset y Keyserling. Pero también hay que entender esa posición polémica de Jauretche respecto del campo cultural y político de la izquierda, que también actualiza esa manera de adecuar y forzar la realidad propia a marcos de análisis e interpretación, y a recetas, que vienen de afuera… 

M-Hacia la derecha las críticas eran obvias, se referían al liberalismo económico probritánico y a su política autoritaria de exclusión. Hacia la izquierda la cosa no era muy diferente aunque sí más dura en razón de las expectativas defraudadas ya que se esperaba de la izquierda que abrazara la causa popular y en cambio desde una posición igualmente europeizante había actuado al unísono con la oligarquía.  Aparte del reproche de traición Jauretche enfoca en un punto central, el abuso de las ideologías y el carácter abstracto de esas ideologías liberales o marxistas porque si pensar correctamente es hacerlo desde algún lugar, entonces no se trata de formular una ideología sino crear un estado de conciencia que conecte las ideas a la realidad, las ideas a la historia propia  y que suponga por tanto una reinterpretación de esa historia.

J-Hay para Jauretche una suerte de fondo común en los liberalismos y marxismos por entonces en boga y por ello una suerte de continuidad desde Sarmiento hasta la izquierda de mediados de siglo XX. Porque se persiste en pensar lo nacional desde una perspectiva extranjera o extranjerizante, dando un mayor énfasis a las categorías importadas que al lugar desde el que se piensa.

M-En eso precisamente va a consistir la tarea, que es una ardua tarea de desmitificación: desprenderse de esas categorías, de las deformaciones mentales impuestas por una cultura “cipaya”, sostenida por intelectuales “cipayos” que se apoyan a su vez en lo que Jauretche  llama “zonceras  argentinas”. Todo eso que conformaba una pedagogía de la colonización que es necesario deshacer, desaprender porque lo relevante no es la deficiencia de la educación sino el hecho de una educación pensada para la colonización mental, dependencia subjetiva, íntima, que funciona como antesala de la dependencia objetiva. Y aquí el pensamiento de Jauretche liga directamente con nuestra temática porque la madre de todas las zonceras con todo su árbol genealógico, hijas, nietas y otras descendencias, a disposición para alimentarla es la de “civilización y barbarie”, cuyo padre es Sarmiento pero que ya tenía sus antecedentes. El sentido de la misma era el de plantar una oposición irreductible entre ambos términos. La idea no era desarrollar América desde América enriqueciéndola con los elementos de la modernidad y aprovechando los elementos culturales propios, sino vaciarla y transportar Europa a América.

J- El gesto de Jauretche, en lo que hace a la interpretación de la dicotomía sarmientina, es una vez más fuertemente polémico. Pues si algo estamos viendo es que en gran parte de la cultura nacional se trató de repensar, matizar o aun invertir la antinomia sarmientina, en todos los casos siempre reactualizada para pensar la cuestión nacional. Ahora, en cambio, Jauretche nos dice que es la madre de todas las zonceras argentinas: una ficción, una ilusión o un error inicial que engendró otros. Se trata entonces de desarmar el mito construido por Sarmiento: de analizarlo, medirlo y pensarlo como una zoncera.

M- Sobretodo si pensamos que esa zoncera arrastra otra, la incomprensión del valor cultural de lo nuestro, una zoncera derivada, la equívoca certeza que se tenía por entonces pero que aun perdura de que todo lo propio era bárbaro y todo lo extranjero era civilizado por lo cual resultaba que civilizar era desnacionalizar y de paso colonizar. Y Jauretche liga con otra de las zonceras hija, “el mal de la Argentina es la extensión” el territorio como obstáculo, y por carácter transitivo también obstáculos, los pueblos que la habitan – indígena, español, mestizo, criollo-  y de ahí la autodenigración convertida en dogma de civilización.  Ambas zonceras se articulan y se implican porque todas pertenecen a la misma matriz.

J- En ese movimiento desmitificador que es su Manual de zonceras argentinas, Jauretche pone el centro en la palabra sarmientina. Si la zoncera madre es “civilización y barbarie”, una de las hijas mayores es “el mal de la Argentina es la extensión”. Y así ésta engendrará a su vez otras zonceras que tienen todas, su origen en la dicotomía originaria que Jauretche juzga, desde el inicio, falsa. Todas conforman una suerte de sistema mitológico que actúa materialmente a través de instituciones como la escuela.

M- A través de las instituciones, por supuesto, porque lo impregna todo. Y luego en esto de enarbolar dichas zonceras, la oligarquía como la oposición democrática  o marxista van de la mano, diversas en cuanto a la ideología, se unifican en la acción, la misión de civilizar. No importa la realidad a la cual se aplique, si esta no se adecua al concepto, a la idea que se tiene en mente, es debido a su calidad de barbarie. Toda la cuestión se mueve en el plano de la pura abstracción y el total divorcio de la realidad. Porque no es que esta zoncera se funde en hechos falsos o falsifique los hechos históricos  sino que es un puro esquema ahistórico.

J- Y Jauretche intenta, en cambio, proponer un pensamiento situado en un espacio y tiempo determinados.

M- Tal cual, porque de lo contrario, en el marco de ese esquema heredado  Europa se entiende como la civilización y  América como la barbarie, o sea, se niega a América para afirmar a Europa de donde resulta que ¨progresar no es evolucionar desde la propia naturaleza sino derogar esa naturaleza para sustituirla”. Jauretche insiste en ese término de derogar que usa bastante a menudo queriendo enfatizar el hecho de que para la “intelligentsia” argentina se trata siempre no de sumar, desarrollar, sino de restar primero, borrar para suplantar siempre lo propio por lo foráneo; era ya la idea sarmientina y también de Alberdi: vaciar primero,  para “poblar”; tendrían que haber dicho “repoblar”

 

 

La vuelta del malón

 

Hoy con una nueva versión de populismo reaparecen los fantasmas: recordemos: la barbarie residual, ese dictador siempre el mismo que reaparece cada tantos años, nuevas versiones de la zoncera madre con sus hijas y sus nietas. Expresiones diversas adopta la una y única idea que ronda las mentes de los adversarios de todo lo que huela a pueblo. Una de ellas, la de más ágil circulación, es la que divide en países serios y los otros como el nuestro que no lo son, por ahora no le ponemos nombre. Los primeros son los que siguen las reglas de los países del primer mundo, grupo al que el nuestro querría haber pertenecido en la década de los 90: políticas neoliberales, recetas del FMI, genuflexiones varias; todas son condiciones sine qua non de la “seriedad”, léase, una manera aggiornada de decir civilización. Se repiten las mismas significaciones: lo bueno, lo serio, lo civilizado, viene de afuera, principalmente de Europa y EEUU aunque hoy puede encontrarse en algunos vecinos que hacen bien los deberes. No se hartan de pregonar que deberíamos tomar como modelo a Chile, Uruguay, Brasil. Este país de los últimos años –dicen- no es para ser visitado por Obama; EEUU va a Chile que es un país económica y democráticamente  relevante. Para esa mirada cipaya, la Argentina tiene una visión provinciana,  complejo de inferioridad que la hace reaccionar de manera airada, por ejemplo, a propósito del avión militar de EEUU que llegó con mercadería no declarada, “Brasil tenía bases militares de EU y no se sentía mal” dice alguien adicto a lo extranjero por el solo hecho de ser extranjero. Y otros explican: “Argentina así se aísla, no comprende que la política es negociar con los poderosos”. Por lo cual hay que entender que lo serio y civilizado son los centros de poder pero también los periféricos que saben acatar las reglas del centro.  Todo esto dicho en las mesas mediáticas de los que defienden las instituciones pero como un continente vacío porque han perdido o nunca han tenido el concepto de Nación.  Son los antes llamados “cipayos” que hoy reflorecen y no pudiendo golpear las puertas de los cuarteles, golpean las de la “Embajada” para pedirle al amo sanciones al gobierno nacional. 

Otro concepto de barbarie circula en el sentido más tradicional en que la hemos estado tratando, en el de Martínez Estrada y de Borges, como algo residual, barbarie que se da en los campos y ciudades como un destino irrevocable en el caso del primero,  o de ciclos que se repiten con la figura de un tirano que es siempre el mismo y de las masas que lo siguen en el caso del segundo. Quede claro que no los tomamos como casos singulares sino como paradigmas de tendencias, posiciones que aparecen, pasan al estado de latencia y reaparecen. En todos los casos se trata de explicaciones por la repetición por la vuelta de lo reprimido, el retorno cíclico de lo mismo. Y esto que se dio en el primer peronismo hoy aparece una vez más. Es el fantasma redivivo del dictador asimilado al fascismo, al nazismo y su contraparte, las masas cautivas, la juventud movilizada, la Cámpora como reminiscencia de las juventudes hittleristas, “los feos, sucios y malos”, las muchedumbres descarriadas.

Curiosamente esta dimensión vincula con otra referida más al ambiente académico porque a más de las reminiscencias que fácilmente derivan en asociaciones bizarras, también en el ambiente de la academia se aplican al estudio de la realidad argentina categorías surgidas de realidades europeas como bonapartismo, fascismo, nazismo. Podríamos decir que se trata de dos movimientos igualmente repudiables. Uno de imitación y simplificación que ataca a los intelectuales de ambos bandos,  por el cual en lugar de afinar los oídos para escuchar los hechos se importan esquemas y categorías que más oscurecen que aclaran las diferencias y matices de la realidad argentina. El otro de más vigencia actual y ya no tanto por obra de intelectuales sino proveniente del campo opositor, del otro polo, del que se quiere y se delinea como civilizado, de los voceros de los grandes medios, es un movimiento de denigración y descalificación de todo lo argentino por populista, subdesarrollado, caótico, un movimiento que al mismo tiempo acusa al gobierno k de dictadura, y asocia a las organizaciones juveniles a las juventudes nazifascistas. En este caso no se importan categorías conceptuales sino figuras y fantasmas destinadas a reproducir aquí temores ajenos aunque vale la sospecha de un puro simulacro, de  que no se trata en verdad de temores ajenos de lo que pueda venir sino del miedo muy propio por procesos que ya están en marcha en escena, las multitudes en la calle, el pueblo participando, redescubriendo la política, nuevamente las invasiones bárbaras. Esto es lo que no se puede soportar, la agitación de lo reprimido, la visibilización de lo que se había logrado ocultar y nuevamente las hordas salvajes, el aluvión zoológico en el parque indoamericano, los nuevos inmigrantes pero también los nacionales de la Argentina profunda. Y por eso también el retorno del espanto y los adjetivos xenófobos  de políticos opositores y clase media impensante, por siempre desorientada que repite  slogans ajenos y desconoce sus propios intereses. Y en otra escena la perplejidad ante la insolencia de una colla en Punta del Este.

Otra escena donde se juega la misma dicotomía es en la oposición planteada reiteradas veces entre los que defienden la república, las instituciones y los que no las respetan. Esto es algo paradójico porque precisamente los que han vulnerado las instituciones con actitudes destituyentes son los mismos sectores de la oposición que hoy levantan como letanía el reclamo de institucionalidad.  Aunque hoy como ayer -en tiempos de Irigoyen o de Perón- escuchamos voces que ya se atreven a quitarse la máscara cuando dicen que la democracia no basta. Recordemos sus lamentos cuando con Irigoyen hablaban del triunfo del mero número. Y entonces hay que preguntarse: ¿qué significa institucionalidad en la demanda tan repetida por parte del establishment?  ¿A qué se opone, a lo popular?

La historia realmente se repite como pensaba Borges porque acaso desde el campo popular pueda decirse: “ellos, los que se llaman republicanos desprecian la cosa pública, los verdaderos republicanos somos nosotros,  los populistas”, al igual que Perón decía “los verdaderos demócratas somos nosotros”

Y esto liga a otra pregunta que puede quedar resonando en cada hito de la historia. ¿Quiénes son los bárbaros en cada caso? ¿Quiénes en tiempos de dictadura y de terrorismo de Estado, quiénes ahora vinculado el tema a hechos muy recientes como el del trabajo esclavo?  ¿Quienes los modernos y quiénes los arcaicos, en los tantos casos de trabajo ilegal, con condiciones de trabajo del siglo XIX o acaso de más atrás, sin derechos laborales, sin salario, sin seguridad jurídica?

Las reacciones de la Sociedad rural frente  a las recientes denuncias de trabajo esclavo rural son calcadas de las reacciones de la misma a propósito del Estatuto del peón rural sancionado por Perón en 1944. Por entonces como ahora argüían que eran tan limitadas sus necesidades que un remanente traía destinos poco interesantes, así como que los buenos jornales instaban a satisfacerse con pocos días de trabajo. En uno de los párrafos dice textualmente: “Éste Estatuto no hará más que sembrar el germen del desorden social, al inculcar en la gente de limitada cultura aspiraciones irrealizables, y las que en muchos casos pretenden colocar al jornalero sobre el mismo patrón, en comodidades y remuneraciones….. La vida rural ha sido y debe ser como la de un manantial tranquilo y sereno, equilibrado y de prosperidad inagotable.’’ En suma lo amenazante del Estatuto es que pueda romper la inagotable vertiente de riqueza a manos de los dueños; lo amenazante es el igualar, el crear conciencia de poder, el equilibrar derechos del peón y del patrón. En suma, los civilizados tienen miedo a la modernización.

También Cristina en otro contexto pregunta quienes son ahora los bárbaros. Compara el comportamiento de los países de la Unasur con los del norte a propósito de Libia. Los supuestamente civilizados todo lo resuelven con bombazos. Nosotros, los supuestamente bárbaros, resolvimos tres problemas con la paz: en Bolivia, Ecuador y el conflicto entre Venezuela y Colombia.

Y por último quiero aludir a una cuestión bastante remanida referida a los modales; me recuerda un poco “las cuestiones de estilo” que tanto preocupaban durante el irigoyenismo. Sólo que en este caso la preocupación no va por el modo plebeyo o vulgar sino por una combinación de varias cosas que atribuyeron tanto a Kirchner como a Cristina: crispación, malos modales, desprolijidades, fácilmente  asimilados a la calificación rotunda de autoritarismo y opuesta en muchos casos a la necesidad de diálogo y consenso.  Se nos acusa de “feos, sucios y malos”, dirá Cristina varias veces en sus discursos, y agrega ahora -discurso de apertura del congreso- : “de otra manera no hubiera sido posible hacer todo lo que se hizo, yo no habría podido”. Se necesitan malos modales, y otras fuerzas desprolijas para poner en marcha las transformaciones, del mismo modo que “para hacer tortilla hay que romper muchos huevos”, como decía Perón. Es el lado bárbaro del peronismo necesario y consustancial. O dicho de otra manera es necesaria mucha barbarie para hacer civilización.  El Fausto de Goethe, tercera parte, nos enfrenta a esta paradoja: la necesidad del destruir para el construir. Desde el lado de los poderes establecidos hay que destruir muchos ranchos para construir canales, desde el campo popular es necesario destruir muchos privilegios para construir igualdad y justicia social. Dos principios nos constituyen lo apolíneo y lo dionisíaco, este último recolecta todas las demonizaciones para que su otro lado pueda brillar con más esplendor. Como decía Nietzsche son dos elementos complementarios, uno no vive sin el otro. Y a propósito de esto traer a presencia la mirada de Kusch, vivir al filo, moverse por siempre en la encrucijada entre civilización y barbarie, entender a ésta como una pulsión a la vez constructora y destructora y gozar de esa sensación de temor y placer, de rechazo y fascinación que nos provoca la vuelta del malón, de pueblo desbordado y desbordante.

 

 

1 comentario hasta ahora ↓

  1. MIGUEL Fernandez
    MIGUEL Fernandez
    Jun 19, 2014

    Tanto que aprender de la Patria Grande, para que sea nuestro el relato subrayado y no el del poderoso, para que de esa manera sea nuestra La Historia!

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